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Aguas Brujas

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Pasa la  temporada y no he podido salir un solo día de pesca. Primero fue una larga ciática que me tuvo paralizado más de un mes. Los consejos del médico me atemorizaron:

No se mueva mucho Abuelo; no coja frío en las rodillas; no…!

De inmediato me asaltan imperiosos deseos de salir de pesca y es que  no hay mejor manera para que un deseo se apodere de nosotros que nos lo prohíban.

Pasan las semanas y nada, que la ciática no se cura y peor aún: compruebo que mis cuatro veteranos vadeadores tienen más agujeros que un colador. Por eso decido pedir uno baratito a mi hijo Sandro.

¡Gran solución! Resulta que el transporte y la aduana duplican el precio del soñado vadeador. Abandono la petición…

Mi amigo Eduardo, ese jinete de los pájaros de acero,  me da una idea:

-Aunque sea ponles un parche de pegamento…

No, una capa de pegamento no pero sí unos parches que puedo sacar destruyendo el peor de mis otros vadeadores.

Busco los pinchazos  para seleccionar el mejor. ¡Santo cielo! Tienen todos  más de veinte agujeros y no muy pequeños, pero animado por el deseo de salir de pesca acometo la tarea con mucha fe. Doy al final de esta narración  el procedimiento seguido para aquellos pescadores que se encuentren en las mismas circunstancias.

El camino se nos hace largo a Linka y a mí: ¿qué río pescar? Cuando se dispone de más de diez hermosos ríos en un entorno de unos treinta kilómetros la elección es complicada. Quería conocer el Risopatrón, río que nace del lago del mismo nombre y que por él remontan los salmones provenientes de ese río que cambia el tono de sus aguas según sea el día y el estado del mismo, no en vano lo he bautizado como el de Los Mil Colores: el Palena.

El problema de todos esos ríos es acceder a un tramo  poco dificultoso ya que los impenetrables  bosques vírgenes llegan hasta las mismas orillas y los pozos son tan profundos que cubren hasta la cabeza de cualquier arriesgado pescador que ose intentarlo: servidor…

Bajo por la carretera y veo que un portón de acceso al Palena está abierto, ¡nunca antes lo había explorado!

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Penetro unos metros con idea de solicitar el oportuno permiso para llegar hasta donde me llevase esa “huella”. No es necesario porque no encuentro una sola casa ni persona alguna.

Transcurridos unos diez kilómetros cesa el bosque y aparece ante mí un tibio arenal luminoso y dos prometedores ríos. ¡Qué maravilla!

Rodeado de árboles que parecen acariciar el cielo con sus copas, coronado al fondo con las abruptas montañas de los Andes Interiores, el Risopatrón me llama con sus mágicas luces y sus plácidas corrientes.

Aún así ¿cuál de los dos ríos pescar? Sí, he proyectado conocer el Risopatrón pero es que el Palena, el río Padre, me tienta con sus vediazules aguas y una multitud de grandes árboles atravesados en sus corrientes, árboles que quizá me regalasen apasionantes sorpresas.

Pienso que hay tiempo para pescar los dos y así comienzo sondeando las tablas del Risopatrón desde su misma desembocadura.

Penetro poco a poco en el agua ante el temor de que la reparación del vader no haya sido eficaz. Primero llego a las rodillas y espero: ¡nada de agua! Sigo hasta el vientre y nueva espera durante unos minutos en tanto busco en aquellas serenas corrientes alguna señal de vida. Y más apasionante ¡aún  podrían estar remontando los salmones!

Me enorgullezco de la reparación de los pantalones de pesca: ni una gota pasa los parches artesanales. ¡El día es todo nuestro!

Ato la consabida Wolf roja que encuentro menos roñosa en mis cajas. Lamento haber perdido los cristales de secado pero con un poco de grasa para la cola de rata de seda, la pomposa mosca flota bastante alta sobre las prometedoras aguas. Además ¡qué importa la pesca! Aquel dulce sol; aquella inmensa soledad cuyo confín se pierde en el lejano horizonte montañoso; aquellas insinuantes corrientes, todo consigue que me sienta como en el mismo Edén.

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No hay cebadas en seca pero transcurro más de una hora sondeando los recodos, las raíces de los árboles que se levantan de las insondables profundidades del Río, los bulliciosos saltos del agua que difunden en el aire un sutil aroma. ¡Cuántas esperanzas!

Mi primer día de pesca en el año 2022, día tan deseado, tan imaginado en las horas de la tediosa ciática, me está regalando un verdadero tesoro. Siento deseos de llorar de felicidad cuando una loca subida hace desaparecer mi Red de la vista. El truchón, o lo que fuese, parece querer reafirmar nuestro sueño, y digo nuestro porque tampoco Linka pierde de vista ni un segundo aquel ser misterioso que tanto escandaliza el agua.

Solo su aleta dorsal se asoma al aire. Va trazando con ella un calmado sendero sobre la tersa superficie del  pozón. Cantan los bajos como violines con una música casi olvidada.

La lucha es larga y poderosa. Al tener apoyo en aguas tan profundas, el pez no cede su resistencia en absoluto y sus saltos siembran pequeños arcoíris por toda la tabla. Sí, me asalta la duda: ¿es realidad lo que acontece?

No pude llevar a la mano aquel pez porque en una de aquellas furiosas arrancadas se lanza imparable río abajo sacando casi toda la línea del carrete.

No lo dudamos y de un salto nos lanzamos al río tras él. Y pasamos el primer pozón. Y pasamos el segundo. Y pasamos…

En un punto de aquella loca singladura el río presenta una aguda curva y lógicamente la línea acaba enredándose en un encendido chilco que, con sus rojas campanitas, se asoma presumido para verse en el espejo del agua. Por mucho que me apresuro pierdo la tensión y aquel escandaloso universo de lucha y saltos recobra la calma: unas ondas circulares que van disminuyendo con el tiempo guardan en  el libro de mi Historia el recuerdo del episodio.

Como colofón de esa escena, ya liberado el pez de mi deseo, el supuesto salmón salta tocando el diáfano cielo azul. Es su despedida hasta la Eternidad.

Linka no pude contenerse y nada veloz hacia el punto donde se desvaneció el pez. La dejo porque ya nada se puede hacer para conseguir contemplarlo en las manos.

En tanto recobro la línea, me inunda una especial alegría: no importa nada haberlo perdido porque esa escena me hizo recordar los días de mi lejana juventud: ¡qué dicha poder seguir bajando al Río con tantos años a mis espaldas! Me siento un ser mimado por el Dios de las Aguas.

Cuando tengo la mosca en mis manos compruebo que no ha roto, solo el roñoso anzuelo se ha estirado permitiendo al truchón fundirse en las profundidades del Risopatrón.

Serenándome, sentado sobre el tronco de una vieja luma cuajada de estrellitas, abrazo a Linka que está tan radiante como yo:

-¿Sabes perrita bonita? No creas que estoy disgustado por haber perdido el pez ni por haberte lanzado sin permiso río abajo tras él. Me basta para sentirme feliz haber vivido junto a ti este “ahora” tan soñado. Estamos vivos ¡qué maravilloso!

Aparece una blanca garza planeando ingrávida por el éter. Parece sostenida mágicamente por una energía invisible y acaba posada en la orilla frente a nosotros. Mi Perra no lo duda y salta de nuevo al agua para atravesar la corriente en su dirección.  Cuando  la garza levanta el vuelo Linka da media vuelta y viene jadeante a mi lado:

-¿Ves Linka? También a ti se te escapan las  presas…

Transcurre bastante tiempo y no se ven tomadas. Decido cambiar de río y dudo si pescar un rato el Palena.

No es el tipo de río que me gusta para pescar. Tan ancho que parece un mar demanda el empleo de ninfas y streamers o incluso de cucharillas, cosas que ni se me pasan por la mente usar, así que al final decido cambiar de río ya que el Risopatrón se oculta algo más arriba entre árboles y tablas tan profundas que ni con tan flamante vadeador se podrían atravesar con cierta seguridad.  

El recuerdo de un tramo del Dinamarca que siempre nos da suerte me anima a ir a su encuentro.

Tardamos unos de quince minutos en llegar al puente  de la carretera que lo cruza. Saltando un cerco que amenaza con sus alambres espinados  estropear mi vadeador (hacía años que no pescaba tan seco como este día que narro) seguimos una humilde huella abierta en el bosque por el ganado la cual acaba en un tramo radicalmente cerrado. Resulta agobiante atravesarlo pero el recuerdo de los smolts que pesqué en unas pozas cercanas me da paciencia para avanzar.

La belleza de un agua de puro cristal y la salida del espumoso chorro que corona el pozón  me invitan a acabar la jornada allí mismo. Haya peces o no ¿para qué seguir?

Ya que no tengo más moscas rojas usables porque o están sin curva o están despeluchadas como señal de pasadas batallas, ato una especie de pérlido de foam muy flotador y escandaloso. ¿A cuál de mis amigos se lo habré robado? ¿Al Profe? ¿ATachu? ¿O quizá a algún gringo que cometió el atrevimiento de mostrarme orgulloso sus cajas? La añoranza de mis amigos quiere entristecerme pero la seguridad de que aún habría smolt esperándome borra ese sentimiento de mí mente.  

Hay que estar en estos ríos para entender qué tan especial es pescar en ellos. No puedo asegurar que sean sus aguas diamantinas, ni las perfumadas selvas vírgenes que los arropan, ni los peces que las pueblan lo que me hace enloquecer al estar sumido en ellos. De nuevo vienen a mi recuerdo mis lejanos días de España, de aquel mocito que ataba una humilde gusarapa en su rudimentario aparejo y que no sabía que las truchas tenían pintas naranjas en sus flancos… Por unos segundos pienso:

-“¿Seré el mismo?” 

El Dinamarca no es distinto a los demás ríos de la zona solo que posee algún tramo más accesible para llegar a ciertas tablas y corrientes. Río arriba del punto en el que me encuentro quizá sea aún mejor la entrada y lo comprobaré en la siguiente salida ya que hasta el 15 de abril que empieza la veda  queda tiempo para pescar.

A la vera del pozo elegido lanzo el mastodóntico mosco de foam que se posa con un ruidito muy apropiado para llamar la atención de cualquier pez que deambule por los entornos.

No estoy muy debidamente colocado ya que la línea debe atravesar la buena corriente y no permite que la mosca permanezca unos segundos detenida en el tramo remansado de la orilla contraria. Haciendo repetidos retoques consigo en parte ese parón tentador.

Unos plateados brillos profundos me hacen soñar: ¿serán peces? ¿O son piedras que juegan a ser perlas? Moriré sin tener unas buenas gafas polarizadas, ¡pena!

Uno, dos, cien lances y nada, ni un solo rechazo pero la fe mantiene viva mi esperanza. De haber estado a mi lado Paco Pepe me habría repetido lo que siempre decía de mí:

Eres como Moisés abriendo las aguas…!

Cambio de postura descendiendo algo río abajo para permitir que mi mosco permanezca más tiempo sin dragar. Me anima la llegada de un pérlido colorido: planeando con sus cuatro alas paradas golpea el agua varias veces y ¡un pez se lo zampa! No estaba muy equivocado al atar ese foam flotador porque estos ríos de piedra son un nicho apropiado para los pérlidos.

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Para imitar perfectamente su peculiar manera de efectuar la puesta aún bajo unos metros más y me arrimo a la orilla opuesta, eso sí, con el agua a la altura del pecho. Pero los vadeadores recuperados siguen sin dejar entrar una gota de agua. Os cuento al final lo que pasó con tan profundas inmersiones.

Ya me disponía a cambiar de pozo cuando un rayo plateado golpea mí ser: ¡o el pez o yo hemos fallado la toma!  Linka también lo vio y debo pedirla que se esté quieta en su orilla.

Nuevos lances más precisos sobre los reflejos plateados. ¡Silencio! El tiempo se esfuma de mi cerebro. Son momentos en los que nuestros relojes de arena detienen su fluir como un divino regalo. Siempre he creído que los dioses no nos descuentan de nuestras vidas el tiempo transcurrido pescando. ¿Por tal cosa seré tan viejo…?

Hago un arriesgado lance bajo un rojo arrayan cuyas ramas acarician las aguas. Algún gnomo oculto se apiada de mí mala técnica y hace que salga perfecto, tan perfecto que otro pez se disparó desde el fondo para caer, desde el cielo, sobre la confiada mosca en una entusiasmante ceba olímpica.

Uno, dos y ¡clavo! Un rayo de plata se dedica a volar sobre el río, ¡pocos segundos toca el agua! No me cabe la menor duda: es el smolt de un salmón, quizá de un coho por su tamaño, unos treinta y cinco centímetros de largo.

Es breve la lucha porque se suelta con gran tristeza de Linka que ya brincaba de entusiasmo en la orilla opuesta. No me apeno, es suficiente aquella demostración de vida que nos regaló ese pez. Vuelvo a recordar los peces engañados en este mismo punto del Dinamarca el pasado año. A los que nunca han pescado estos jóvenes salmones les diré que su lucha la realizan más tiempo fuera que dentro del agua. Realmente vuelan ¡pero no dejan de ser peces!

Se hace noche; no debo arriesgar el quedarme sin poder pasar a mí Isla porque la barcaza que hace el servicio cierra a las nueve en verano, pero lo de siempre:

-“Un solo lance más.”- digo para mis adentros.

Cuando iría por el lance cincuenta… otro salmoncito se lanza sobre el engañoso foam. Es inesperada su tomada y clavo mal con lo cual se suelta a los primeros saltos.

¡Imposible marcharme: solo otro lance más…! ¿No pensáis lo mismo vosotros en similares circunstancias?

Y ahora sí: muere  la tarde, el sol se acuesta sobre los soberbios árboles de la selva. ¿Por qué no habré nacido trucha para poder quedarme en el río? O mejor aún ¿por qué no ser Río?

Linka está feliz durante el regreso; corre entre el endiablado tramo cerrado de vegetación persiguiendo a los cantarines chucaos mientras yo juro en caldeo contra las ramas que arañan la cara, la ropa, la caña cuya línea se enreda a cada paso...

Llegados al auto me quito el vadeador recuperado: ¡ni una sola gota entró por los parches! Hacía años que pescaba sin mojarme: ¡qué reparación había hecho!

Pero ¡horror!: el bolsillo del pecho donde llevo el teléfono rebosa agua. No suelo llevar ese aparato al río porque nunca hago fotos con peces en las manos, pero en este día deseaba hacerlas de las tablas del Risopatrón. Lección que me dan los Elfos: ¡abajo las tecnologías y viva la pura Naturaleza!   

Arrancamos camino de la Isla del Palena, felices entre cataratas que bajan del  glaciar que cubre el volcán Melimoyu, entre mañíos, lumas, arrayanes, nalcas y el canto siempre amigo del río de los Mil Colores.

Volveré, sí: volveré aunque el cuerpo no pueda llevarme. Morir en un Río (siempre lo pienso) sería mucho mejor que morir lleno de tubos en un hospital. Eso sí: que sea con el nombre de una Estrella en mis labios. Amén.

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El Nirvana de la seca: Pescar de punta.

 

La tranquilidad absoluta es el momento presente.  

Aunque es en éste momento, éste momento no tiene  

límite, y en esto radica su eterna delicia.  Hui – Neng. 

 

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Aquellos tiempos que no han de volver.

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Tenía 18 años; una moto DKW, una caña del país y un carrete de cebo. La línea, unos metros de dralón embadurnados con cera para hacerlos impermeables. De vadeador, un pantalón de tela de marinero y de botas unas sandalias con suela de esparto. El frío en los ocasos no era óbice para hacerlo desistir de su maravilloso sistema de pesca al cual llegó de manera providencial. Solía cogerle la noche metido en el agua hasta la cintura ¡o hasta el pecho!

Resultaba habitual en aquel muchacho pasar muchos días perdido por la Serranía, normalmente con la tienda de campaña y…poca comida.

Sus conocimientos de pesca eran escasos porque nadie había en España pescador con “cola de rata” que pudiera haberlo ayudado en cosas elementales: su Maestro era el Río. Tampoco le era posible adquirir un razonable equipo de pesca porque las tiendas ni sabían lo que era “cola de rata”.

Su destino era variado en años anteriores al del relato, ríos que tuvieran acceso por tren o por autobús, pero desde la adquisición de la moto su preferencia obsesiva fue la Serranía de Guadalajara.

peralejos-de-las-truchasPor aquellos tiempos el Alto Tajo era un lugar desconocido; de hecho en el pueblo de Peralejos nadie había visto a otro pescador “ciudadano” que al bueno del muchacho. Se asombraban los ribereños, para los que la abundancia de sus ríos hacían

menospreciarlas, que para pescar unas “vulgares” truchas se hicieran tantos kilómetros.

No existían en ese pueblito medios de hospedaje; tan sólo podía alojarse en la casa de una Viuda anciana. La cama era un nicho incrustado en la gruesa pared de piedra de la casita, enclaustrado por unas livianas cortinas de color indefinido. Se puede decir que era “suyo” porque nadie alquilaba un solo día aquel “lujoso” dormitorio. Por suerte la tarifa era modesta aún para aquellos lejanos años: quince pesetas incluido el desayuno y la cena, más un bocadillo de jamón para el día, bocadillo que muchas veces se convertía en una sopa de río, pero aún así lo encontraba delicioso. Y por esa época la gasolina para la moto estaba a una peseta con veinticinco céntimos el litro… Todo asequible a su modesto sueldo de estudiante que solía incrementar con la fabricación de algún aparato de radio de los usados clandestinamente para escuchar las emisoras extranjeras. Eso le consentía frecuentar el Alto Tajo.

En ese largo periodo de aprendizaje muchos fueron los bolos que soportaba con franciscana paciencia dadas las chanzas de sus amigos. Esas risas habrían de continuar bastantes años antes de lograr un cierto nivel de capturas.

No podemos por menos de rememorar aquellas salidas para que los jóvenes de hoy vean lo que fue aquel mundo perdido de una juventud oprimida, pero dichosa. El ser contra el Tener…pera0

La carretera desde Molina de Aragón era un simple camino de tierra, que se convertía peligroso en la bajada de Los Senderos hasta el Cabrillas, sobre todo si llovía: suelo de arcilla resbaladiza como el jabón; baches como lagos en los que se ahogó una mula en uno de ellos caída; piedras descolgadas de las laderas, en fin, todo constituía una carrera de obstáculos. Pero poco le importaban esos inconvenientes pese a que en más de una ocasión rodó por los suelos con todo el equipaje y con su fabulosa caña del país ¡que nunca se rompía! Con todo, ese tramo del recorrido era una verdadera autopista comparado con el legendario camino de Las Juntas que debía seguir después de atravesar el Pueblo.

“Por aquí nunca había pasao una amoto…” le decían los pastores de los que era bien conocido por sus frecuentes subidas a Las Rochas, al Hoceseca o a la Herrería, todos lugares predilectos para el mozo y que, con el paso de los años, se han convertido en legendarios.

Lejos de serle una tragedia, aquel camino le resultaba una auténtica delicia. Al llegar atravesando verdes trigales escuchando el canto de perdices y codornices a la Ermita de la Virgen, o las desvencijadas Parideras, el Pescador se sentía el rey del mundo, y no digamos nada cuando instalaba la tienda de campaña bajo el puntal de Hortezuela o el de la Moratilla. Las amenazas que eran las numerosas víboras no amedrentaban para nada sus días y noches fundido con el padre Tajo.

Por aquellas épocas la abundancia de pesca era asombrosa; no había tabla en la que no existieran decenas de doradas truchas, por otro lado inocentes ante su única mosca supuestamente seca, una butcher inglesa de eterna duración, guardada con devoción entre algodones en una caja metálica de cigarrillos y que se empeñaba en hacerla flotar mediante ruidosos soplidos que amenazaban

espantar a los peces. ¡Qué sabía él de impermeabilizantes ni puñetas! Y tampoco le importaba que la línea de dralón, bañada en cera y tiesa como un alambre, diera golpes terribles en las posadas que mal conseguía realizar. Pinos de la ribera sufrían por los incontables enganches de sus descompasados lances.

Nunca estaba dispuesto a perder aquella maravilla de mosca única en su caja: se metía con el agua hasta el cuello para liberarla de cualquier enganche en la otra orilla. Total estaba siempre mojado, ¡qué le suponía un poco más!

pera14La vez primera que acampó allí marcó un hito en su historia de pescador ¡y de su vida! Se hospedó en la central eléctrica en la que vivía una familia entera, padres y cuatro hijos pequeños, más el llamado corre turnos, Pedro, todos pescadores de cucharilla o de red... En aquella ocasión, esos amigos le alquilaron una burrita blanca, la Paloma, para llevar el voluminoso equipaje hasta el Puntal de Hortezuela y quedaron en ir a buscarlo a los ¡quince días! Los exámenes de septiembre estaban lejos…

La noche de la llegada, una vez instalada su vivienda de lona junto al agua de una portentosa tabla de aquel entonces, consumido un flaco bocadillo, nuestro amigo se sentó bajo la Luna a contemplar los saltos de las truchas tras unas moscas invisibles que las enloquecían. Y con esa música divina durmió sin despertar hasta bien entrada la primera luz del alba. A cada glup escuchado en la noche sus esperanzas renacían: soñaba con fabulosas capturas, nunca antes conseguidas.

En esa fresca mañana, sin temor a sentir el hielo del agua tajera, comenzó la pesca cerca de su vivienda temporal. El delirio llegó cuando en una de aquellas escandalosas posadas, una ignorante trucha de unos treinta centímetros se tragó la Butcher. ¡Qué inolvidable emoción! Era el primer “truchón” de su vida. Por desgracia se lo comería asado sobre una piedra caliente. Aquel bello pez, visto inerte en su plato, le causó una dolorosa sensación: ¿por qué no respetar la vida de estos seres de tanta belleza? Fue el principio de lo que habría de inventar con los años: la pesca sin muerte.

La familia entera de la central fue a verlo un día después de haber caído una descomunal tormenta, de las muchas que suceden en la zona; estaban preocupados y más se quedaron al ver al joven todo empapado y ¡sonriente! dentro del agua oscurecida por la riada. Desde entonces lo conocerían por el “Loco”.

En conversaciones con los ribereños le hablaban con entusiasmo de las Rochas Bajas y Altas. Decían que había que ser muy valiente para meterse en ellas; fue el detonante ideal para mover la curiosidad del Pescador novel.

pera11Ni corto ni perezoso estacionó su DKW junto a la Ermita y se descolgó por una “gatera” de la Cueva de La Misa hasta alcanzar el río. No era aún el tramo deseado y no quiso detenerse allí pese a las subidas vistas al llegar. Siguió río arriba resistiendo más tentaciones de tablas prometedoras ¡y qué penoso aquel duro caminar! Tan pronto estaba sumido en el agua como a trescientos metros en la cima de una ceja circundante, pero no cedió en el intento hasta que, por fin, alcanzó el punto que le habían descrito los cofrades del pueblo: una roca alta y puntiaguda conocida como la Piedra del Águila. Una larga y serena tabla se abría ante sus asombrados ojos; el espectáculo le deslumbró. Unos buitres volaron sobre él a modo

de venturoso presagio: “Este será tu Mundo. Esta será tu lucha…”- le quisieron decir.

Desde entonces incontables fueron las veces que pescó bajo ese cerro señero y pocas fueron las ocasiones en las que las capturas no le hicieron olvidar al resto del Universo. Tan deslumbrado quedó ese día que casi no pescó, y tanto caminó después que llegó a las Juntas. ¡Qué tablas, qué cuevas, qué corrientes! Quedaría irremisiblemente enamorado del padre Tajo para el resto de sus días.

“¿Sabéis?- decía un cabrero llamado Félix- el Loco ha pescado todas las Rochas de una vez , salió por las Jutas y aun me dijo que quería llegar a la Herrería”

Ese Félix era también pescador con saltamontes manejado a la española, con una larga vara de avellano y un breve tramo de crin de caballo retorcido en su puntera. Se hicieron muy amigos por pescar de la misma manera, con materiales distintos sí, pero al fin y al cabo, ambos eran mosca seca.

El cabrero Félix era soltero y vivía sólo en una casa desde cuya cama se podían ver las estrellas a través de las tejas. Su único tesoro, unas cabras mugrientas. Nunca lo sintió quejarse de su suerte pero en uno de los viajes a Peralejos le dieron la noticia: Félix se había tirado desde la Peña de la Vieja.

BUTCHEREntristecido guardó el último regalo que le llevaba: su vieja línea de dralón y su mosca “seca” llamada butcher. Ese día no pudo pescar: un nudo le oprimía la garganta. Regresó impresionado a su casa. Había perdido a un verdadero Amigo, ¡a un pescador de seca…!

Peralejos ha sido un pueblo que ha tenido varios suicidios como el de Félix y en el mismo lugar casi todos. ¿Será debido a una sociedad muy cerrada y opresiva? No sabemos. Hoy la juventud existente ha cambiado el fatal sino del ayer y en algo les ayudó aquel joven loco aunque muchos de ellos no lo sepan.

También ha cambiado el río, sus Rochas, sus truchas que ya no abundan; tampoco hay cabreros como Félix que pesquen con el saltamontes y una humilde vara de avellano. Allí llegan hoy abundancia de forasteros, algunos pertenecientes al típico producto de una sociedad sucia e insensible ante la Belleza que dejan huellas de una opulenta basura por lo que fue su Paraíso particular. Por suerte ya no lo puede ver.

Perdió el Hechizo la tabla del Águila; modernizaron el mal camino a las Juntas. Lo invadieron tropillas de turistas con sus transistores a todo volumen y pescadores que destrozan todo por donde pasan. Aquel “loco” muchacho acabó su vida muy lejos de Los Nacederos del Hoceseca, de Las Rochas, del Puntal de La Moratilla. Dicen que vieron en sus ojos unas últimas lágrimas de color esmeralda.

Esta ha sido la leyenda del Río y la de un muchacho de dieciocho años, soñador y enamorado de aquellas aguas.

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OTOÑO EN PATAGONIA. Jornada del final de una temporada...

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Dedicado a mis Hijos, para que nunca dejen  en el olvido los lagos, los ríos, los bosques, las altas cumbres de hielos azules... En ellos encontrarán mi alma.

 

 

 

Contemplar el otoño en Aysén lo considero un auténtico privilegio. Observar los árboles en sus cambios de verdes a luminosos  bronces que en breves días virarán al rojo vivo; ver estas magníficas montañas cubiertas con las primeras nieves; disfrutar con los fantasmagóricos destellos de los hielos azules de los glaciares; meditar sentado junto al Río escuchando su sagrado mensaje, todo, absolutamente todo, es algo que nos puede parecer un sueño, un cuento de Hadas, una pura alucinación infundida por los mágicos habitantes de las aguas, los elfos.

 

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No es únicamente la Pesca lo que nos hechiza, son todas las cosas que nos rodean y que nos hacen creer que vivimos en un planeta escondido de un lejano  universo. Pero aun con todo, si la sabemos practicar como un Arte, la pesca con mosca no es ajena a ese grandioso escenario; es más, lo complementa.

Lejos quedarán las ansias de pescar, de hacernos unas fotos que nutran nuestra vanidad, aunque nunca he podido saber de qué podemos  vanagloriarnos. ¿Imágenes para el recuerdo, dicen? ¡Cómo olvidar ninguno de los episodios sin necesitar nada más que nuestra mente…!  Bueno, son modas que a mí me causan risa al ver algunos de los actores comiéndose la caña.

Paso una temporada en el Campo del Cóndor, como gusto llamarlo, y se acerca el fin de la temporada de pesca. No quiero dejar de salir un día más y asomado al valle del Ñiregüao viendo tan magnífico panorama, siento la imperiosa llamada del Río. A él se unirá el recuerdo de un entrañable  amigo que ya partió “para el último viaje” y que era loco por estas aguas: Paco Pepe.

Con los bártulos amados en el auto, brincando por esos benditos caminos de la Trapananda, me resulta difícil apartar la vista de los últimos coihues que mantienen las galas otoñales...

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 En el camino de descenso al valle me invade la nostalgia al contemplar el bosque casi totalmente sumido en la fría imagen invernal: se acaba la belleza de esta temporada. Creo sentir junto a mí la voz lejana del amigo perdido. 

 Los kilómetros que me separan del río son una pura delicia para los ojos del alma. No importa el tiempo que paso en ello porque todo es una promesa de horas muy especiales entre ríos, lagos, bosques…    

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Paso por la pampa de aspecto lunar, recorrida tantas veces con la caña en mano, pero mi destino está aún más lejos: el mejor afluente del Norte. Es un estero modesto, pleno de rincones de ensueño y mágicas aguas luminosas hoy teñidas por los colores de la estación mágica de la vegetación circundante. Sus fondos son de piedras cubiertas con brillantes capas de verdes musgos. Mayormente circundado  de árboles lo hacen poco apropiado para pescadores obsesionados con largos lances. Aquí son necesarios lances precisos, cortos y con recorridos de las moscas parejos a la corriente, es decir, similares a los seguidos por las moscas naturales. Los dragados suelen dar malos resultados de no ser en presencia de ciertas moscas, tricópteros y pérlidos principalmente.

Para mí dirigir la mosca, y sólo ella, valiéndonos de la puntera de la caña convierte la pesca en algo muy especial que siempre he deseado: la pesca de punta. ¡Y desde luego seca! No es que las ninfas no funcionen pero dado el escaso fondo y los numerosos obstáculos sumergidos, incluso árboles que han querido morir en el río, las hacen bastante molestas de no ser un verdadero maestro del Arte, algo que no es mi caso, ¡por fortuna! Los “ases”  necesitan Pescar mucho para demostrar “algo”, y posiblemente pierdan la esencia del momento con esa obsesión. Creo que es la mejor manera de arruinar el íntimo placer que nos da un Arte ancestral. Para disfrutarlo plenamente deberíamos siempre vestirnos de humildad.  Considero personalmente que es un sacrilegio perder la belleza de una sola subida en seca por pescar “al tiento”. Eso es otra cosa bien distinta a lo que yo entiendo. Si suben bien, si no suben bien también ¡hay tanto que ver y aprender aquí! Recechar una trucha, grande o pequeña, en estas cristalinas aguas, rodeados de semejante paisaje, se convierte en un rito sagrado que enriquece nuestro espíritu.

A la llegada al lugar elegido gusto descender bastante trecho para comenzar río arriba sin prisas, serenamente,  pescando al agua  tablas repletas de buenos recuerdos.  Aquí nunca tuve competencia de otros pescadores, otra razón por la que tanto me apasiona  la Patagonia de Chile: es como verme  joven  pescando en una España de hace setenta años…

 

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No vuela nada hoy; es demasiado temprano dada la avanzada fecha del otoño en la que me encuentro, por lo que decido entretenerme practicando lances  complicados y así dominar la impaciencia.

Salen varios pececillos atrevidos que no clavo ayudado por el respetable tamaño de mi mosca montada en un anzuelo del 14. Y sin punta, rota porque tengo el presentimiento que sólo las truchas chicas saldrán durante el día y no deseo dañarlas.

No es así; a media mañana van apareciendo buenas damas que se encargan de regalarme roscos descomunales. Apresurado cambio de modelo y anzuelo, sin muerte pero con punta, con las esperanzas puestas en la suerte.

“Serénate viejo y mira qué es lo que están comiendo…” 

 La eterna norma que cada día descuido más. ¿Es esto señal de desidia? No sé, pero empiezo a renegar de tanta técnica como hoy reina en nuestro mundo mosquero y ¡qué decir de las imitaciones que son verdaderas obras de arte! Mis veteranas moscas, de anzuelos roñosos y plumas apolilladas, causan la compasión de más de un amigo ¡o la risa…! Pero yo las amo...

La aparición de un díptero negrito, casi invisible como el Chochín, me llena de desilusión. Deseaba hacerlas subir con un voluminoso velero que facilitase seguir, sin perder un solo segundo, toda la escena de cualquier captura. Soy cabezota: no cambiaré de moscardón, ¡qué más da!  

Con estas ideas me siento junto a una tabla larga cubierta de ñires y abundante vegetación para disfrutar con el recuerdo de pasadas vivencias. Me parece oír a Paco refunfuñando ante un enganche en alguna traidora rama.

 En esa zona mucho he disfrutado en días de buena fortuna, pero me preocupo al ver sólo escasas tomadas. ¿Los furtivos? Desde luego no es un río para ellos que gustan de usar el “terrible”, mas ¿y si emplean la red o el tenedor? Su actual abundancia ya no es como cuando le conocí, por supuesto, pero no quiero pensar en una destrucción importante, así que decido seguir esperando por si se incremente la humilde ceba. Este es un río que se enriquece de bellos ejemplares en épocas de remonte para el desove, ¡y estoy en ella!  

No se hace esperar el milagro.  Es el dios de las aguas que de nuevo quiere regalarme unas breves pero inolvidables horas. Según avanza el día aumentan de tamaño los peces y con ello voy  haciendo realidad mis sueños.

 A un par de metros, casi ocultas delante de una piedra que emerge de la corriente, veo  unas cebadas sutiles que se repiten con cierta frecuencia: sí, parece hermoso el pez. Con la caña hacia atrás para no asustarlo, dejo que la mosca revolotee sobre la postura ayudado por la brisa que me llega por la espalda: saltitos sobre el pez y de nuevo a volar en el mismo lugar. Uno, dos, tres toques sutiles al agua con sólo la mosca y, al cuarto, ¡un rayo dorado se levanta poderoso hacia el cielo en una tomada apasionante! Confieso que me sobresalté como un principiante con lo cual la clavada resulta ser lenta para semejante criatura.

Saltos que pretenden alcanzar el cielo y correrías por la tabla, frecuentemente apoyada tan sólo en su cola; fulminantes bajadas corriente abajo; esfuerzos míos para hacerla remontar que, como suele suceder cuando nos encontramos en tal situación, me deja sin la primera trucha seria del día. Tendría un par de cuartas y muy bella.

¡Uf! Qué ritmo alcanza mi corazón. No lograré aprender nunca a dominar mis emociones, algo que nadie entiende: ¡tantos años pescando y sigo como el primer día…! Bien, eso no deja de ser una suerte, ¿por qué tanto lamento? No, si es que en estos momentos no sé lo que digo.

 

7

 

Pretendo serenarme; vuelvo al asiento anterior y a las remembranzas del llorado Amigo. Seco mi mosca con esos mágicos cristales de Salmo. Suelo decir siempre que sin ellos sería más torpe y patoso de lo mucho que ya soy: hace milagros al que desea mantener seca y alta, muy alta su imitación y también cuando pretendemos crear una capa de aire alrededor de su cuerpo, similar al de una emergente natural.

 

8

 

Una lenga deja caer a mi lado una humilde hoja rubí; la pierdo de vista mecida serenamente por la corriente hacia su destino final. Esta escena trae a mi mente el fluir del tiempo, años que pesan sobre mi espalda. Sí, sé bien que todo fluye como el agua que ahora empuja mi cuerpo, ¡pero mientras pueda bajar al Río…!

A la misma distancia de la anterior subida, pero en la orilla opuesta, un escandaloso chapoteo me sobresalta.  Quiero imaginar que con tanto ruido será pequeña y casi estoy a punto de abandonarla cuando varias subidas más me hacen concentrar la atención en el lugar. Los reflejos son muy fuertes (sigo sin gafas polarizadas…) Sólo veo que algunas gotas de agua llegan a salpicar las plantas cercanas. Está colocada en un recodo muy complicado por su cobertura de ramas y con una fuerte corriente tras escasos palmos de la postura: si la línea tocara ahí arruinaría el lance. Y tanto repitió el chapoteo que al final me veo obligado a bajar unos metros para situarme en línea recta con el chorro de la corriente que la sigue.

¿Cómo hacer una posada sin enganchar  ramas y sin  dragar? No hay mucho espacio libre para posar.  La única solución es hacer un lance con arco y, acto seguido pescarla como se pueda.

Espero a que suba más veces para que se confíe si notó algo raro al aproximarme por detrás. Sigue tranquila. Finalmente tenso como un arco la Sage SLT, pongo la mosca junto a la oreja izquierda, apunto al hueco y… me dejo clavado el moscardón a modo de pendiente. Con un fuerte tirón apresurado la arranco sin temer al posible dolor, ventaja indudable  de los anzuelos sin arpón.  

Repito el arte de Guillermo Tell, pero poniendo cuidado en no volver a molestar mi sangrante oreja. Ahora sale rápida la mosca pero queda por detrás de la trucha. La corriente la hace dragar a toda velocidad como era de esperar. Bueno… Repito el dichoso lance de arquero pero en esta ocasión el taimado engaño quiso colgarse de una ramita que cubría al pez. Sé que es fatal desclavar un anzuelo que está en el campo de visión de la trucha sin asustarla pero lo consigo. ¡Y santo cielo! Tengo la mala suerte de ver perfectamente a la escandalosa trucha. ¡Es hermosísima! del entorno a los setenta centímetros. Ante tal  imagen podéis imaginar que mis lances no irán a mejor...

En los eternos minutos de tentativas fallidas  suelo dejar de darme cuenta quién soy ni lo que hago allí, sólo soy “alguien” desmaterializado y veo pez y ramas, muchas ramas que se ríen desafiantes de mi depurada técnica de lanzado.

Mas no resultan vanos tantos intentos; en uno  de ellos en el que abandono toda técnica y me guío por mi subconsciente,  la mosca se posa lentamente con la suavidad de un aquenio justo sobre la cabeza de mi quimera. Sin dar tiempo a prepararme, sube con la misma violencia que empleaba con las naturales. Mi clavada a la seda es sutil pero decidida. Ella hace un insignificante movimiento de la cabeza al recibir el mesurado impacto pero no se da cuenta de lo que está sucediendo. Sí cambia de lugar, lo que resulta una suerte porque se aleja de las ramas de la orilla hacia el centro despejado del río, momento en el que decido presentarla batalla: tenso la línea con decisión para afirmar el anzuelo más y empieza una lucha aérea. Aquel bello ser pasa más tiempo en el aire que en el agua, pero al poco tiene la mala idea de lanzarse río abajo: al pasar a mi vera interrumpo su carrera y la meto alevosamente en la sacadera. Su airada mirada me da a entender que aquello fue artero, no propio de un  buen caballero.  Sí, no lo volveré a hacer, prometido.

La sereno acariciando sus flancos en zigzag de la cabeza a la cola. Desanzuelo sin el menor tirón. Es muy gruesa y fuerte. Permanece  tranquila a mi lado, ondulando dulcemente su cuerpo. Me vienen recuerdos de otras capturas en similares circunstancias. Cuando me muevo para cambiar de postura la veo alejarse con lentitud hacia la misma postura en la que estaba cuando la encontré.

¡Qué belleza de trucha, de río, de bosque…! Sería maravilloso poder morir aquí, sumido en estas aguas, un día cualquiera de un luminoso  otoño y que nadie me llevase a otro lugar. Puede que por entonces mi karma me permita ser trucha en esta nueva patria, la Patagonia de Chile. ¡Ojalá!

 Siguen otras truchas, algunas pequeñas según avanza la tarde, hasta que llego a un estrecho encañonado repleto de posturas preciosas, unas difíciles, otras sencillas pero que dejan mucha defensa al pez al ser profundas las pozas.  Es ya tarde avanzada y hasta dudo en abandonar la pesca allí mismo pero lo de siempre: sólo un par de lances más…  ¿Sólo un par más? ¡Se hizo noche sumido cuerpo y alma en este paraíso! Pesca buena, no de mucho tamaño  ni de cantidad, pero todas con algún detalle que las hará inolvidables en mis recuerdos.

Con la linterna salgo ya cerca del auto. Siento frío. Noto que estoy mojado:

 

“¡Estos vadeadores viejos!”

 

¡Pero qué digo! Es que sin darme cuenta, cegado por la pasión, hice submarinismo. Me sonrío de mí mismo  y salgo por la empinada cuesta que me saca del lugar. Atrás se quedan mi mundo, las claras aguas, las bellas truchas, los rojos ñires, sus otoños y ¡el mío…! ¿Hasta cuándo podré seguir bajando a los Ríos? Una misteriosa voz ronca, como la de Paco Pepe, me responde bajito:

 

” ¡Hasta tu muerte!”  

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Un día en mi paraíso

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La clara luz del cielo satura los tonos del rojo bosque otoñal.

Una hoja rubí cae a mis pies: su elocuente silencio trae a mi mente la impermanencia del Universo. La tierra húmeda se ve cubierta de otras hojas hermanas; algunas van al lago y la brisa las aleja hacia un destino incierto, pero todas mueren donde les corresponde ¡como yo moriré!

d1

El lago Verde, la Nunca Jamás, semeja un terso espejo. Sentado a su lado me sumo en un pensar sin pensar, en una dulce meditación que no puedo explicar pero que me hace feliz.

Una ceba me despierta y rinde mi voluntad para actuar. Monto mi caña Sage SLT y ato en una punta del 3X una Wolff Roja ignorando la abundancia de hormigas que ya están en el agua.

Espero unos minutos más; parece que temo profanar tan mágico escenario. Los ríos son las arterias de la Tierra y los lagos su corazón: ¿tengo derecho para alterar su paz? Viejo temor que cada día adquiere más y más importancia en mi comportamiento. Trato de disculparme ante mi mismo:  

- Mis anzuelos no tienen barba, cuando no curva, y las truchas no poseen nervios en la boca. Sabrá manejarlas mi vieja mano para evitar su estrés todo lo posible.

Sí, todo eso está muy bien pero…

d2

Cerca vuelve una subida de un hermoso pez. Un sólo falso lance y poso avanzado sobre su intuido recorrido circular. Pasan los minutos; Ella se mueve muy lentamente cerca de la superficie tomando las hormigas y otros insectos que encuentra en su recorrido. Mi mosca flota apaciblemente, algo desviada de su camino presentido, pero evito hacer el menor movimiento por temor de asustarla.

 

Avanza con la aleta dorsal por encima del agua como hacen los tiburones en la búsqueda de presas; está a dos metros del engaño.

Pasa como detenido el tiempo; ahora se encuentra ya a menos de un metro. Sin saber la causa que lo incita, el pez gira a la izquierda de su trayectoria para encaminarse derecho a mi Wolff. Temo que los latidos de mi corazón delaten mi presencia… ¡Incertidumbre!

Por la dirección elegida resulta evidente su decisión de tomar mi mosca. Parsimoniosa como la gran señora que es, asoma sobre el nivel del agua su cabeza, abre la boca y la Red Wollf desaparece en su blanca garganta. Debí esperar uno o dos segundos para evitar clavar en falso dada su perezosa manera de cebarse: ¡esa maravillosa lentitud me tiene hechizado!
¡Clavo! Un gran salto la descubre con nitidez a mis ojos: ¡qué hermosa es! 

 

Como una centella toma profundidad y se arranca hacia el centro del lago; resulta imposible detener esa huida poderosa y debo dar línea con la mano izquierda para evitar la rotura del bajo. Cuando finalmente se detiene la manejo poco a poco con impulsos de la caña a izquierdas y derechas, pero muchas veces debo aflojar la tensión porque, imparable, vuelve a buscar su salvación en los misteriosos abismos del lago.

Pasan los minutos y la lucha sigue igual: saltos, arrancadas y breves momentos de entrega. En una pausa, ya a mi lado, puedo verla claramente: es un macho viejo, grueso, de hermosa librea irisada, y del entorno a las dos cuartas.

d4

Habrán transcurrido unos veinte minutos de lucha cuando cede su resistencia totalmente. La traigo a mis manos, saco el anzuelo sin levantarla del agua y acaricio sus flancos para calmarla. Es una magnífica técnica que me enseñó el Dios del Agua…

El pez respira más sereno a cada segundo y no intenta huir. Calmado ya totalmente aprovecho para medirlo a palmos: dos y medio.

Abro mis manos a la vida pero él no se marcha: está tranquilo y nada a mi alrededor: ¡cuánto desearía leer sus pensamientos! Ahí quizá podría aprender la sabiduría que me falta.

Unos nuevos círculos cercanos despiertan mi codicia; seco apresurado la mosca con los mágicos cristales de Salmo. Un lance atolondrado coloca la Wulff a menos de medio metro de la nueva oportunidad. Se asusta y desaparece: ¡debería haber aprendido ya que en los lagos no hay que posar ni cerca y menos sobre la trucha!

El típico consuelo de tontos:

-No importa, todo el entorno está repleto de peces en actividad: ¡y son grandes! d3

El sol calienta mis piernas heladas: es mediodía. He logrado sacar veintidós truchas en unas tres horas, de entre los cuarenta y cinco a los setenta y cinco centímetros, una se soltó y dos rompieron: ¡para qué más!

Vuelvo a tomar la cámara con la idea de plasmar tanta belleza en la que estoy sumido, ¡como si eso fuese posible…! 

Al salir del agua me quedo paralizado: en la orilla orlada de árboles muertos aparecen unas ondas descomunales de una subida: “¡es Ella!”, me digo recordando la coloreada aleta del tamaño de una mano que vi una mañana del año pasado. Está en la misma zona somera del fondo del lago. No lo dudo: dejo la mochila con el equipo de fotografía en la arena y trato de acercarme atropelladamente a esa Quimera. 

Quiero no producir ondas en el agua pero estoy nervioso, aún así avanzo con el sigilo de una sombra. Entre Ella y yo hay una islita de juncos que puede ocultarme. Cerca ya del punto de la última cebada lanzo por encima de los juncos: ¡grave error!  

Flota serena la Red Wulff, muy alta sobre el agua: siempre me da seguridad esa postura.

No se repiten nuevas subidas: temo haberla alertado. Decepcionado me dispongo a sacar mi mosco del agua cuando veo una cebada más humilde a poca distancia: ¿será Ella?

Pasan los segundos y no hay otras nuevas del monstruo: pienso que es demasiado sabio para caer en manos tan torpes.

Renunciaba ya cuando otra poderosa subida me detiene: esta vez no hay duda, ¡es Ella! Tan fuertes marcas circulares no pueden ser de otros peces menos importantes.

¡Ni mi artificial ni yo respiramos! Vuelven renovadas las esperanzas:

¿Seré capaz de pescar semejante pez…?- me pregunto.

Fueron interminables los “siglos” que transcurrieron hasta que vi una masa enorme cerca de mi mosca. ¡Qué jornada estaba viviendo en mi lago Verde! Tanta belleza, tantos truchones en mis manos no podían ser más que un regalo de algún Ser celestial que se apiada de mi, ¿o estaba soñando? Bueno, vivir un sueño es también maravilloso.

Se agota el razonable tiempo de espera y, justo entonces, una cabeza gigantesca emerge junto a mi mosca: uno, dos segundos y ¡clavo! Aquél agua, hasta ese instante serena, se convierte en un mar enfurecido: carreras imparables buscando la salvación en las arcanas profundidades, saltos que acarician el cielo como una plegaria, fuerza propia de un toro… Ella muestra en cada movimiento su poder y sabiduría, yo mi eterna ignorancia: la línea acaba enredada en los juncos y sobreviene la rotura tal como lo había presentido. Sí, no hay duda: soy un necio.

A unos cinco metros, como queriendo decirme que no soy digno de merecerla Ella, apoyada por la cola en el agua,  da el salto de la despedida mostrando en sus labios los restos del aparejo y la que fue la última Red Wulff que tenía en las cajas: ¡todas acabaron destrozadas con semejante jornada!d5

Las ondas de la lucha se van diluyendo en la Nada. Llega el silencio: la Nunca Jamás recobra lentamente su placidez y una hoja rubí cae como un símbolo sobre las aguas: siento el no Ser en mi cuerpo. ¡Todo es vacío!

 Debo abandonar la pesca: por hoy es más que suficiente. Un cierto sentimiento de pena trata de amargarme: no lo consigue ¡soy un viejo afortunado!

Sumido en aquella profunda soledad, camino por el bosque encendido de gigantescos coigües y señoriales lengas; a mi paso una alfombra de hojas, que aparentan estar muertas, entonan para mí una vieja melodía:

-Pasaré sí, queridas hojas, pero el lago, sus truchas y vosotras, hijas del bosque, guardaréis una leyenda que un soberbio pez, con un viejo loco, escribieron juntos un hermoso día del tardío otoño austral.

Se hace noche. Brilla la Cruz del Sur en el firmamento azul turquesa: la Estrella lejana y chiquita me hace guiños y susurra a mis oídos:

 

-Volveremos a estar juntos el lago, las truchas, tu y Yo ¡Nos llegará una nueva primavera!

d6

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Rara jornada...

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 Estábamos sin obligaciones laborales y el pronóstico del tiempo auguraba un día soleado. Teníamos enormes ganas de salir juntos a pescar y no lo pensamos dos veces: -Vamos donde tú quieras- dijo Jesús.- lo importante para mi es pescar contigo. Y después de muchas dudas decidimos ir al Simpson por razón de cercanía, unos 15 Km. del Lodge de Salmo Patagonia. El contratiempo fue que al llegar al Río estaba lloviendo y hacía un viento terrible, en tanto que cuando salimos de la ciudad lucía un sol prometedor y una brisa suave. Es normal que ese sector del río tenga un clima muy particular así que dimos media vuelta y regresamos hacia casa. -Me he olvidado de las moscas- comentó Jesús contrariado- Pero no hace falta que subamos de nuevo al lodge porque tengo algunas en otra cajita. Este fue el primer contratiempo del día; ahora os narraré otros que siguieron. -Te voy a llevar a un río que te gustará- le prometí. Y sin ningún comentario más cogimos otra carretera llenos de esperanzas. Manejaba Jesús, por cierto despacito para poder ir viendo el paisaje. Le vi que disfrutaba con cada asombroso rincón que aparecía ante nosotros; después del olvido de sus cajas y de la borrasca en el Simpson la jornada nos sonreía. Sector de Seis Lagunas y ríos del lugar: realmente estábamos a nuestras anchas y casi, sólo casi, no nos importaba la pesca. Tantos lagos mágicos, tantos cerros colosales con precipicios atemorizantes nos hacían sentir algo que resultaba una mezcla de admiración y asombro. Después de ese paseo “turístico”, en el que empleamos más tiempo del programado, llegamos al estero que, reluciente con el sol mañanero, parecía sonreírnos. rar1Lo malo fue encontrar un sitio por donde entrar porque los cercos de los campos y el bosque impedían toda penetración. Esos terribles alambres con púas de los cercos amenazan siempre nuestros vadeadores… Salvando como pudimos todo obstáculo caminamos durante casi una hora hasta alcanzar la desembocadura del arroyito que ansiábamos pescar. -Ahora montaremos las cañas y a pescar.- dije a Jesús, inútil comentario porque ya estaba desenfundando su Sage con infantil ilusión. ¡Y dijo poco antes que no le importaba la pesca…! En tanto se preparaba yo quise saltar el cerco que llega hasta el mismo río y lo atraviesa para montar tranquilamente en las aguas de la desembocadura. Y tal hice: Un pasito, un saltito y… Soy el inventor de una nueva manera de caerse y si no lo creéis mirad cómo fue: a mi espalda había una pendiente considerable de no más de dos metros de larga que acababa en el propio río Simpson además de un considerable hoyo oculto del que yo no me había percatado. Al tomar impulso para saltar metí un pié en esa “caverna” camuflada. Lentamente fui perdiendo verticalidad y di con mis espaldas en tierra, descendí por el tobogán como si fuese una pista de esquí hasta tocar con la coronilla el agua profunda del lugar, momento en que milagrosamente encontré un alambre de espino suelto al cual me agarré con decisión. Pasado el primer deslizamiento lógicamente quise enderezarme pero resultaron inútiles todos los esfuerzos: estaba literalmente encajonado en una zanja que, a modo de sarcófago, parecía hecha a la medida de mi cuerpo. ¡No podía moverme ni hacia delante ni hacia detrás! -¡Voy, voy!- gritaba Jesús asustado. Le debió resultar alarmante ver a su amigo “cara al sol con el vadeador nuevo”, ¡Redigton con cremallera! bastante amenazado por numerosos alambres de espino que firmemente agarraban mi ropa y mis manos. Jesús tiraba de mis piernas hacia arriba con todas sus fuerzas pero ni me movía un centímetro: tenía la retaguardia metida en el hoyo y los pies en lo alto de de la rampa. Tira por allí, sube por allá, el pobre Jesús se sentía impotente de mover mi cuerpecito. Me vino a la mente la idea de estar en rar2un ataúd y, por Dios vivo que era perfecta la comparación: aquello amenazaba con convertirse en mi tumba definitiva. Por si fuese poco un hilito sutil de agua comenzaba a entrar desde la coronilla hasta la espalda, chorrito prometedor de un tonificante baño general. Dado mi firme auto- sujección pudo Tachu soltarme sin riesgo de continuar la entrada en el río y cogerme por la espalda para tratar de enderezarme. Pero no fue sencillo porque estaba “alambrado” de manera casi total. Por si fuese poco, al tirar peligraba la integridad del vadeador. Salvado, sano y salvo pudimos respirar tranquilos. Tampoco el vadeador presentaba señales de rasguños: sólo el jersey y mi mano derecha que sangraba daban fe la pasada batalla. -¡Vamos, vamos! acabemos de montar. Así que, ya en el arroyito, cogí mi chaleco para sacar el carrete. Busca en un bolsillo, busca en otro…Vuelta a comprobar todos los huecos de la prenda y ¡el carrete que no aparecía! Con cierta contrariedad constaté que lo había olvidado en casa o en el auto. No me importó porque me conformo con ver pescar a los compañeros y más estando con Jesús. Cuando le dije el nuevo olvido de la jornada le vi preocupado. -Vaya un día que llevamos. Esperemos que todo acabe aquí. Te dejaré la caña de vez en cuando… Y esto lo dijo con cara de pena… El estero está poco pescado porque resulta complicado hacerlo: ni las cucharillas corren por causa de las muchas algas y berros, ni las moscas resultan cómodas si no se es muy experto en los lances. ¡Pero qué maravilla de arroyito resulta este Arco! 

Poco tardó Jesús en sacar la primera pieza, más bien chica. Luego hubo un periodo de una media hora de nula actividad: sólo hizo subir a un par de peces, también “puro chicos”. Llegamos a una zona algo más correntosa orlada de algas por el lado opuesto a nosotros. Jesús pescaba con una emergente de pelo de liebre ártica, supongo que “en celo” (¡estos montadores expertos…!) muy visible pese a su postura en el agua. En un lance algo arriesgado, la imitación rozó las algas de la orilla: una saeta surgió de la nada y fue a por ella. La lucha fue breve pero enérgica; cuando la tuvo en la mano pude ver que era una trucha muy buena, quizá cercana a los treinta y cinco centímetros. ¡Nos dimos la mano! Aquello empezaba a prometer una tarde fantástica que nos haría olvidar todos los percances ¡y mil más que hubieran sucedido! Desde ese momento abundaron las subidas, alternando truchas bonitas con otras menos vistosas. Jesús estaba radiante, de tal manera que al poco me pasó la caña en tanto él se envenenaba con un cigarrito: ¡este chico no aprende…! Lancé sobre la orilla de enfrente, con una posada muy suave aprovechando el viento de espalda. La mosca cayó pegada a las algas y una hermosa trucha premió mi pasado martiro por salir del “hoyo”. Fue suficiente: no pretendía seguir pescando y pasé la caña y su veloz mosca “Ártica” al propietario, algo que le devolvió la alegría. No lo vi pero me comentó que bajo un tronco sobre el que se había colocado para lanzar salió una enorme trucha ¡o un salmón! ya que es un río donde he visto bastantes salmones muertos tras el desove. Fueron muchas las truchas que salieron hasta llegar a otro dichoso cercado que cruza el río de lado a lado. Volvió a pasarme la caña. Varias cebadas a la salida de un chorrito denotaban peces muy serios en plena ceba. Lancé sobre el más cercano y no pasó ni un segundo cuando una trucha muy hermosa tomó la mosca. La lucha fue breve porque se soltó. Lancé de nuevo unos metros más arriba; un falso lance, dos falsos lances y ¡preciosa tomada fulgurante! La lucha poderosa denotaba el excelente estado de fuerzas del pez. Era bastante grande, de unos 45 centímetros y de bellísima librea. Me quedé satisfecho con ella, así que le pasé la caña a Jesús, esta vez definitivamente. El sol estaba ocultándose y nos quedaba el pozón del que tanto le había hablado a Tachu durante la jornada, habitación de grandes peces. Le di los consejos oportunos basados en mi experiencia de otras lejanas jornadas y empezó la cuenta atrás. Lanzó agazapado como un indio: rozando peligrosamente los árboles de la orilla opuesta que caen tapando las aguas, la mosca se posó con suavidad. Bajaba muy despacito arrastrada por la tenue corriente.Los segundos se nos hicieron siglos. No hubo respuesta. Nuevo lance como un metro más arriba; la mosca cae sobre las berras pero salta al agua sin el menor ruido. Creo que se debían escuchar los latidos de nuestros corazones: ¡estábamos seguro que ella subiría más temprano que tarde! Pero tampoco rar3salió la quimera soñada. Un paso aguas arriba, siempre agazapado, y lance preciso sobre las berras siguientes: este Muchacho es mi envidia en los lances. Creo que los pájaros callaron y el silencio era la obertura de la escena cumbre del día. ¡Sube! Me dijo mi subconsciente. Pero se prolongó la escena; unos segundos después, Jesús se puso en pié como un resorte al tiempo que clavaba el “mayor pez de su estancia en Patagonia”: carreras poderosas río arriba, río abajo, saltos inimaginables… ! ¡Qué trucha, que trucha…!! Jesús enloquecía y yo me llenaba de alegría, también por comprbar que el pozón y todo el río seguían llenos de vida como antaño pese a una piscicultura colocada en su nacimiento. No puedo remediarlo: sufro cuando compruebo que el Homo desbasta la Tierra a su paso ¡algo cada día más frecuente…! Acabada la epopeya nos abrazamos: fue el final de una jornada llena de problemitas ¡pero que bella! Con esa trucha de unos 80 centímetros pusimos fin al día, no sin antes prometer que volveremos: -Este rio le va a gustar al Profesor; y estaremos los tres juntos ¡casi nada! Antonio, el Profe, vendrá con otro amigos desde España en breve, ansiado acontecimiento que promete ser un regalo del dios del Río. El regreso hasta el auto fue algo más breve que la ida porque encontramos salida por otro arroyito cercano que atajaba en directo a la carretera. Será el camino de la siguiente visita que le haremos. Quizá hasta nos detendremos en este para ver si tiene truchas escondidas entre la tupida capa de ranúnculos que casi lo cubren por entero. Y desde luego que pescaremos la zona que sigue, aun más cerrada por las algas y plantas. En el inicio de ella sacó Jesús otra excelente trucha como despedida de la jornada. (1) Parece ser que no se trataba del estero del Arco y sí del río Sin Nombre.

Luis Antúnez Valerio

 

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Es Invierno

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Largas son las noches del invierno austral, noches de nunca acabar. Las frías madrugadas incitan a permanecer muy arropado en la cama hasta bien entradas las mañanas.
 
Siento el crepitar de la leña en la estufa y presiento a Sage bien arrimado a ella. Pienso. Hay algo que me ronda desde tiempo atrás: visitar esa zona que me tiene enamorado desde el primer día que la encontré! Silva el viento en el tejado de mi cabaña: ¡no! no tengo fuerzas para arrancarme. ¡Mañana!inv1
 
Y mañana parece nunca llegar hasta que, ¡por fin! en un claro amanecer el sol penetra en mi dormitorio y me llama. Como impulsado por un potente muelle salto de la cama, preparo un frugal desayuno (las vacas de mi vecino ya no darán hasta la primavera esa deliciosa leche de sabor olvidado...)  y Sage también se encarga de reclamar su ración matinal.
 
Bien abrigado con el viejo anorak convertido con los años en mi propia piel, pongo en marcha mi pomposa Marquesa, vierto agua sobre sus vidrios para arrancar la espesa capa de hielo y nos vamos con infantil ilusión hacia una deseada aventura.
 
Marchamos muy despacio por la carretera Austral; la "escarcha" pone los pelos de punta a cada curva de la ruta pero vemos pasar los kilómetros como pasa la vida, a veces lentos, veloces otras, pero siempre constantes.
 
Sin quitar la atención del camino  hay puntos en los que, pese a ser bien conocidos, no resisto parar ellos para sacar alguna fotografía: siempre gusto aprovechar la luz mágica de las primeras horas matinales.
Claros ríos, luminosos lagos, bosques centenarios de coygües y lengas que quieren tocar los cielos, majestuosas montañas nevadas escondido hogar de los dioses, todo, absolutamente todo, me traslada a la morada donde manan los sueños: ¡qué privilegio vivir en Patagonia!
 
 
Llego al parque nacional del Queulat; me invade un profundo delirio. No puedo explicar su grandiosidad, ni tampoco rememorar puntos notables porque memorables lo son todos: hay que vivenciarlos para entenderlos.  Inevitablemente saltan al recuerdo mis amigos lejanos, sus deseos de ver esta zona que la brevedad de su estancia en el pasado verano no les permitió recorrer. ¡Tristeza!
inv2

 

Vengo para sondear un río del que estoy enamorado aun sin conocerlo más que desde bastantes kilómetros arriba en la carretera. Mi plan es  ambicioso: pretendo llegar a su distante desembocadura en el río Queulat y subir por su cauce todo lo que me permita el breve período de luz que resta porque, cuando llego, son ya las doce de la mañana.
 
He traído mi equipo de fotografía completo que cargo sobre mi curvada espalda y sin   más preámbulos, apoyado en mi bastón de quila, iniciamos la andadura.
 
Llego al salto del padre García por su parte superior para intentar alcanzar el río principal sin grandes esfuerzos, pero las piedras están cubiertas de hielo y no me gustaría romper mi cámara, por lo cual camino muy lento con gran enojo de Sage que vuela más que corre. El bosque me va cerrando el paso más y más a cada metro hasta que en un punto debo volver sobre mis pasos: imposible penetrar en esa selva virgen. Empiezo a temer lo peor: estoy desentrenado y con algunas primaveras de más a cuestas...
 
inv3
 
 Vuelto al mismo punto de partida tomo otra dirección que, aunque baja por una ladera empinada, aparece más despejada de arbolado.
 
He acertado y en cosa de una hora alcanzo el río sin nombre que buscaba: ¡qué paz me inunda a la llegada! La exuberancia de la vegetación crea un mundo misterioso en todo el cauce donde me parece ver duendes y hadas. Sólo con esto me bastaba.
 
inv4
 
En algunos puntos sus orillas se presentan infranqueables pero hay pasos en el matorral circundante que los animales hicieron en los veranos. Y en cada pasadizo mi vieja chaqueta se va llenando del agua acumulada en las hojas de los árboles. Pero no importa, faltará poco, quizá media hora sólo bastará para cerciorarme de la vida atesorada aquí.
 Efectivamente; por más de media hora subo aguas arriba y todo el curso se presenta igual: pozones profundos, repletos de árboles caídos que me hacen soñar buenas truchas bajo ellos, leves corrientes que mecen campos de algas como si fueran nereidas hechizadas, grandes piedras con cuevas bajo ellas, todo me va empujando a subir y subir.
 
inv5


 

 
-Bambú - me dice mi otro yo- ¡basta! ya has visto lo que deseabas: vuelve que es largo el camino para tan débil caminante ¿Ves las brumas de la tarde?
               
Quiero engañarme a mí mismo:
 
-¡Va! son nieblas matinales...
 
Y subo aún más. En una tabla muy lenta aparece una visión mágica que me hace enloquecer: ¡qué par de truchas pacen misterio sobre los fondos luminosos! Desde ese mismo tramo aguas arriba  seguirán apareciendo numerosos peces que deambulan sin miedo confiados en tan magnífica soledad. Alguno casi volando como un pájaro se arranca a mi paso desde la somera orilla y su inesperado escape me sobresalta.
 
-Basta ya, Bambú, regresa; no has traído linterna y mira que se va la luz.
 
Pucha! pues es cierto. Miro el reloj de la cámara: ¡las cuatro de la tarde! Me agobio al constatar que tardé unas tres horas en llegar aquí, así que empiezo a trotar como si fuese mi amigo Tachu. Al poco me duele la espalda por el peso de la mochila. ¿Descansar? ¡Imposible! Debo seguir aunque sea más lento.
 
Anochece; asustado miro desde abajo la pared por la que bajé en la mañana tan alegremente: parece que sube hasta las nubes, o más allá ¡hasta el cielo! Vuelvo a correr porque si me llega la noche en esta selva cerrada no encontraré un camino viable de regreso.
 
Sage viene detrás con la legua fuera:¡está tan gordo...! No, no es eso, es que llevamos caminando mucho tiempo y él no sabe dosificar sus fuerzas.
 
De repente aparece en la lejanía, cerca del fiordo marino, una palpitante lucecita. Está cerca del río Queulat por el cual podría llegar a mi auto mejor. No lo dudo y allá que voy.
 
La luz se acerca; el día se va. Aumentan los tropezones; mi espalda me duele bastante pero si me detengo sería un grave error, así que me arrastro por el pedregoso cauce del Queulat con la mochila en la mano.
 
No sé si algún dios bueno se apiadó de nosotros, el caso es que en un punto de ese tramo aparece una antigua huella de leñadores que se me antoja una autopista. Ir por ella,  ya con tenue luz, me permite progresar veloz como un caballo al trote.
Sí, tengo suerte; en la destartalada tapera, bastante derruida, crepita un fuego acogedor.
 
-¡Alo, alo!- grito para llamar al poblador.
 
Y aparece, con un farol en la mano, otro viejo como yo:
-¡Pero de dónde sale Usted a estas horas!- me grita- ¡Ande! pase y caliéntese mientras le preparo un matecito.
 
En agradable conversación le cuento entusiasmado mi recorrido. Noto que no cree desde dónde llego, pero al ver las fotos se convence:
 
-Perdone, Caballero,- me dice respetuosamente- pero está Usted bastante rayadito...
 
Me cuenta su vida, su soledad en esa tapera cubierta de musgo por el paso de los tiempos, sus hijos que se fueron a la ciudad para no regresar nunca más, su compañera que buscó a otro... Sus arrugas son heridas de los siglos y en sus ojos veo la resignación que le permite continuar con alegría tan dura existencia en estos desolados bosques de la Trapananda.
 
inv6
 
Sale la Luna y su luz hace brillar los hielos azules del ventisquero Queulat; la magia del momento nos embarga a los dos: somos amigos, dos hombres hermanados en esta profunda inmensidad. Al despedirnos estrechamos con fuerza las manos mirándonos a los ojos fijamente como si expresáramos un discurso de alegre lealtad: ceremonia ritual de profundo calor humano que usan  estas buenas y duras gentes patagonas.
 
-Gracias por su mate, Estimado: volveré en primavera para saludarlo y subir al estero  sin nombre que me tiene enamorado.  Y le traeré harina, aceite, azúcar y buena hierba para corresponder a su hospitalidad.
 
-Pues acá me encontrará. ¿Sabe? Hizo muy bien en bajar hacia la luz de mi lumbre porque de haber seguido por donde bajó es seguro que ahorita andaría perdido por el monte como un bagüal. ¡Es muy feo camino!
 
Llego a la carretera por su sendero "particular” sin grandes esfuerzos: me he relajado con ese descanso y el mate me ha dado las energías que ya  me faltaban. Sage sigue tras de mí...
 
 Pensé que algún auto nos acercaría a la Marquesa: ¡Vana esperanza! por esa ruta no se arriesga a circular nadie en las noches invernales. Así que pian piano me voy acercando a mi coche.
 
inv7
 
Son unos seis kilómetros los que deberemos recorrer. Bajo la luz lunar el bosque aparece difuminado entre la bruma.
 
A las once de la noche ¡por fin! aparece majestuosa mi Delica. A Sage le falta poco para darla besos, a mi también.
Otras tres horas de carretera y llegamos al dulce hogar. Cuando me meto en la cama, después de  que ambos tomáramos  un bocado, cierro los ojos y paso revista al bosque, a sus gigantescos coigües, a las descomunales  hojas de las nalcas, a sus ríos cristalinos, al ventisquero refulgente bajo la Luna, a mi nuevo amigo el  Leñador. Lentamente me voy quedando dormido con una profunda sonrisa en los labios. ¡Volveré!
 
¿Y si muero antes? Pues poco importa: "la muerte es segura pero su hora incierta." ¿Qué logramos con temerla? En tanto me llega "el momento de mi desfallecer" beberé con locura hasta el último sorbo el don divino de la vida: soy prisionero de tanta belleza como reina en los mágicos bosques de mi Patria austral.
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Los cambios del pescador

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Repasando los recuerdos y observaciones que tengo recogidos en un libro inédito, “Lo que el Río me Enseñó”, he podido constatar los cambios, tanto de opinión como de comportamiento que he tenido a lo largo de unos setenta años de pescador. Dejando a un lado el período inicial en el que pescaba con otras artes “menores”, creo interesante hacer una revisión de algunos de estos cambios porque muestran cosas muy significativas en nuestra relación con nuestro mundo animal.

Aunque he pescado en muchos ríos de la Península Ibérica, he sido asiduo del padre Tajo y de sus cercanos Hoceseca, (ese que los cursis se empeñan en llamar de la Hoz Seca) el Cabrillas, el Gallo, el Jaramilla, el Tajuña… Y estas aguas me enseñaron muchas cosas que equivocadamente creí eran aplicables a todas las truchas de otras partes de la Tierra.a

Un caso muy curioso es el de los cambios de las horas de eclosiones. Año tras año en la zona del Tajo era lo normal que eclosionasen las moscas de Mayo en el mes de junio, incluso de julio en el centro del día y principios de la tarde. Pues bien, pescando con Paco Pepe y Antonio antes de venir a Chile me sorprendieron eclosiones de efímeras a muy últimas horas del día. Cuando apareció en vuelo la primera dánica pensé, dada la hora, que se trataba de una Pothamantus, pero con el paso de los minutos confirmamos que se trataba de Efémeras danicas. La sorpresa de mis amigos era igual que la mía. ¿Motivos de este cambio tan notable? No lo puedo saber con certeza por lo cual he recurrido a una hipótesis: el cambio climático. Sabemos que las eclosiones de invertebrados están regidas por los periodos de luz y temperaturas principalmente, por lo cual tengo la sospecha que tanto el aumento de radiación UV como las aguas más calientes puedan estar causando esta “moda mosquera”. ¡Quién sabe! Y parece que con otros invertebrados pasa lo mismo, según las noticias que me llegan desde León.
 Pensar que las truchas del Tajo tienen los mismos comportamientos que las de otras regiones alejadas ha sido otra de las creencias que he debido abandonar. Y no sólo de las truchas de Patagonia, también hay diferencias notables en cuencas cercanas de España, por ejemplo de León y Pirineos (hablo de truchas del río, no de las repobladas) Como ejemplo de esto voy a dar un dato curioso que sucede en Chile, tanto con las truchas arco iris como las comunes (marrones) He escrito en ese mencionado librito que “nunca vi a una trucha tomar libélulas adultas”, cosa cierta y comprobada, hasta hoy, por otros compañeros y pescadores de España. Sí me dijo una vez un conocido que él había observado a unas truchas cebarse sobre libélulas. Deberá perdonarme este amigo pero dudo que lo visto por él sea verdad o, por ser más suave, realidad. Pues bien, vayamos a la Patagonia: los odonatos de toda especie son el manjar preferido por las buenas truchas ayseninas y quizá de otras zonas australes. Los peces llegan a ser tan golosos de esos insectos que es corriente verlos vbolar en horizontal como si fuesen pájaros persiguiendo “matapiojos”. Es claro que estas truchas, muchas de origen español, se han aclimatado a un ambiente muy particular que las ha vuelto enormemente agresivas para comer todo bicho, incluso devoran los ciervos volantes sp., esos escarabajos con pinzas enormes que aquí los llaman “cantabrias”. Puede tratarse, pués, de una evolución motivada por el diferente ambiente en el que viven.
Lo mismo podemos afirmar con referencia a selectividad de los peces, palabra frecuentemente mal interpretada. En Peralejos de las Truchas había que afinar pero que mucho para poder engañar a un pez de buen tamaño, e incluso de pececillos de una cuarta: no valían las moscas de conjunto (salvo alguna Wickam fancy…) Teníamos que ofrecerlas artificiales


de imágenes y luces parejas a las moscas naturales que en esos momentos estuviesen depredando ¡y hacerlas evolucionar muy naturalmente! Por el contrario en Coyhaique hay que tener cuidado hasta de la puntera de la caña… ¡Se comen casi todo! Hay excepciones, por supuesto, incluso ríos que son de truchas muy, muy selectivas, pero es lo menos normal.
¿Por qué estas diferencias de comportamientos con la vieja España? Tampoco puedo saberlo: podría ser debido a la menor presión pesquera sobre “cada Individuo”. Hay tantas truchas por metro cuadrado en la Trapananda que, casi con toda seguridad, muchos peces nunca fueron pescados, por lo cual son tan tragones de todo y ¡ojo!: esto no implica que no exista dificultad en el engaño. ¿Se puede deber este apetito feroz a la insuficiente abundancia de insectos para alimentar a tantas bocas? La competencia intra-específica les hace adoptar actitudes de codicia que las impulsa a tomar sin muchas observaciones porque la vecina les puede robar el alimento.

Sabemos el enorme crecimiento acá de los peces por año; algunas observaciones dan un kilo anual una vez pasado el período de 1+. O sea, que en la vida de la trucha hasta alcanzar unos 25 cm. el crecimiento es más lento, para luego disparase. No cabe la menor duda que tal cantidad de agua existente, bien sean lagos o ríos, deberán influir en el comportamiento del pez haciéndolos diferentes a los de otras latitudes. Estoy seguro que habrá ríos recónditos que no hayan sido pescados aún.
Es normal encontrarnos con truchas de diferentes tamaños compartiendo la mesa…hasta que la grande se harta de tanto comensal.
En el desagüe del lago Norte presencié una escena asombrosa con relación a lo anterior. En una tabla serena con fondo arenoso se cebaban bastante agrupadas truchas en cantidad, casi todas del entorno a los treinta centímetros menos una que midió las tres cuartas y media, unos setenta centímetros. Tomaban distintas especies de moscas que bajaban en seca y en cantidad no muy abundante. Lancé sobre la grande con poca precisión por lo que una veloz “menor” quiso merendarse mi voluminoso tricóptero. Debió de molestar mucho esa competencia a la señora del lugar porque se lanzó como una fiera contra la pequeña. Y no contenta con ello,desalojó a todas las demás. Fue entonces cuando volvió a su puesto y tomó mi mosca que estaba casi detenida en la lenta corriente del río. Mucho me asombró esa actitud territorial, algo que nunca antes me había sucedido.
En España las truchas grandes suelen pasar desapercibidas en ríos salvajes; puede que sea debido a estar ocultas ante la enorme afluencia de pescadores. Algunos enamorados de los ríos que siguen saliendo para observarlos en épocas de veda pueden confirmar lo que digo: es entonces cuando se ven las buenas damas. ¿Se puede decir que están asustadas y comen en las noches durante la temporada? Casi seguro que sí. Las razas y subrazas de la Península eran muy deseadas por los pescadores del mundo porque se cebaban en el centro del día o en horas de mucha luz, en tanto que las del resto europeo lo hacían en los ocasos y en las noches. (Comunicación personal de G.Paul Metz) En la actualidad tal cosa va cambiando también, quizá motivado por el mencionado aumento de la presión de pesca, o por hibridación de las naturales con truchas de otras latitudes.
 Otro caso curioso son las cebas sobre los tricópteros, la mayoría insectos de costumbres nocturnas. Pueden suceder sus emergencias y puestas en horas últimas del día y, quién ha dormido muchas veces junto a ellas os puede asegurar que las truchas siguen comiendo en plena noche de Luna llena. Luego por el día están atiborradas y no os hacen ni el más repajolero caso. Por eso dije antaño que los días de Luna llena eran malos, con salvedad de los plenilunios de junio, julio y septiembre si hay lluvias. Hoy se han modificado bastante tales cebas porque el cambio climático, opino, trastorna los días apacibles. Hay amigos que se ríen de mis observaciones pero no tienen en cuenta que en esos dos plenilunios HOY suceden cambios continuados de presión atmosférica, bien por vientos que anuncian tormentas, bien por días de tormentas que no llegan a romper. Pero seguro que seguirán los períodos excelentes en los entornos a la Luna llena; de hecho nunca dije que el gran momento de la pesca con seca fuese jucsto el plenilunio y sí los entornos al mismo. Para mí esos dos meses son el gran momento, la apoteosis del mosquero de seca. Y caso curioso: en Patagonia sucede lo mismo…pero con seis meses de diferencia: enero y febrero. Yo creo que la gran abundancia de insectos vuelve locas a las truchas, pero en Chile no saben saciarse. En el llamado río de los saltamontes, Emperador Guillermo, es habitual al desanzuelar un pez sentir en su vientre la masa sin digerir aún de saltamontes. Y desde luego, es tal su locura que pueden ignorar vuestra presencia y comer a vuestro lado sin temor alguno. Tal cosa nos pasó a Javier Fernández del Ribero y a mí. Debí insistirle para que parásemos en ese río y probásemos suerte ya que el día en otra zona fue más bien soso. Nada más empezar Javier clavó una truchita; le siguieron otras de la misma talla, pero a la media hora, ya atardecido, nos hartamos de sacar truchas muy, muy bonitas. ¡Y se cebaban justo detrás de nosotros, al lado, rozando los vadeadores…y con las moscas destrozadas! Era justo el plenilunio de febrero.
Las truchas son consideradas por muchas personas como “cosas” mecánicas, cosas sin inteligencia ni sensibilidad alguna. Es algo lógica esta manera de opinar porque los peces no hablan (1), no se lamentan, no tienen lágrimas… ¡Grave equivocación! Y no las voy a poner al nivel del Homo sapiens pero he tenido sucesos que demuestran la existencia de sentimientos que nosotros sólo admitimos en los “humanos”. He publicado en esta página de Antúnez dos sucesos asombrosos que testifican el nivel intelectual y sensible del pez (“En la otra orilla” y “El enamorado de Las Rochas”) Y en Patagonia tengo comprobado cosas similares y que pronto os comunicaré desde esta página para que vayamos cambiando de idea respecto a tal manera de pensar tan homocéntrica. Y puedo añadir, sin temor a críticas, que esos humanos sentimientos también existen en la mayor parte de los seres sensibles del Planeta, mamíferos y aves.
dVienen a cuento esas nefastas tradiciones de las fiestas pueblerinas ¡y "capitolinas"! : El pollo o cabra tirados vivos desde lo alto del campanario de la iglesia para ser despedazados por los valientes mozos que esperan abajo, o las vacas emboladas, o el toro de la Vega… ¿Quién es el necio que asegura que los animales no sufren? ¿O aquellos imbéciles que repiten hasta la saciedad que los animales están aquí para nuestra diversión? Mucha culpa de esta manera de pensar la tienen las religiones al habernos hecho mimados de Dios para dominar sobre todo el Planeta. Por más gracia se hizo a la mujer de un hueso nuestro como signo de su esclavitud bíblica al varón.
Y ya puesto, permitidme que os diga con todo respeto, que perduran otras tradiciones no menos deplorables y que están causando más de sesenta mil millones de vacas y similares animales descuartizadas en los mataderos comerciales. Y no me valen las disculpas de que se matan con anestesias porque he visitado dos de tales mataderos donde las reses pasan debatiéndose colgadas de las patas y van siendo descuartizadas en vivo. ¡Buen provecho!

 

Saludos cordiales a todas y todos. Bambú.
(1) Dudo mucho que las truchas y otros salmónidos no posean un medio acústico de comunicación. Baste recordar el lenguaje de ballenas, delfines y otros que están siendo investigados actualmente; incluso se ha llegado a “traducir” esos sonidos al lenguaje humano. Al manejar una trucha os habrá sucedido alguna vez escuchar en ella un sonido gutural: ¿puede tratarse de un lamento o de un grito de terror del pez? Opinad vosotros mismos en razón de vuestra experiencia en este sentido pero os ruego que seáis rápidos en la dichosita fotito de recuerdo.

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