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Aguas Brujas

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Pasa la  temporada y no he podido salir un solo día de pesca. Primero fue una larga ciática que me tuvo paralizado más de un mes. Los consejos del médico me atemorizaron:

No se mueva mucho Abuelo; no coja frío en las rodillas; no…!

De inmediato me asaltan imperiosos deseos de salir de pesca y es que  no hay mejor manera para que un deseo se apodere de nosotros que nos lo prohíban.

Pasan las semanas y nada, que la ciática no se cura y peor aún: compruebo que mis cuatro veteranos vadeadores tienen más agujeros que un colador. Por eso decido pedir uno baratito a mi hijo Sandro.

¡Gran solución! Resulta que el transporte y la aduana duplican el precio del soñado vadeador. Abandono la petición…

Mi amigo Eduardo, ese jinete de los pájaros de acero,  me da una idea:

-Aunque sea ponles un parche de pegamento…

No, una capa de pegamento no pero sí unos parches que puedo sacar destruyendo el peor de mis otros vadeadores.

Busco los pinchazos  para seleccionar el mejor. ¡Santo cielo! Tienen todos  más de veinte agujeros y no muy pequeños, pero animado por el deseo de salir de pesca acometo la tarea con mucha fe. Doy al final de esta narración  el procedimiento seguido para aquellos pescadores que se encuentren en las mismas circunstancias.

El camino se nos hace largo a Linka y a mí: ¿qué río pescar? Cuando se dispone de más de diez hermosos ríos en un entorno de unos treinta kilómetros la elección es complicada. Quería conocer el Risopatrón, río que nace del lago del mismo nombre y que por él remontan los salmones provenientes de ese río que cambia el tono de sus aguas según sea el día y el estado del mismo, no en vano lo he bautizado como el de Los Mil Colores: el Palena.

El problema de todos esos ríos es acceder a un tramo  poco dificultoso ya que los impenetrables  bosques vírgenes llegan hasta las mismas orillas y los pozos son tan profundos que cubren hasta la cabeza de cualquier arriesgado pescador que ose intentarlo: servidor…

Bajo por la carretera y veo que un portón de acceso al Palena está abierto, ¡nunca antes lo había explorado!

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Penetro unos metros con idea de solicitar el oportuno permiso para llegar hasta donde me llevase esa “huella”. No es necesario porque no encuentro una sola casa ni persona alguna.

Transcurridos unos diez kilómetros cesa el bosque y aparece ante mí un tibio arenal luminoso y dos prometedores ríos. ¡Qué maravilla!

Rodeado de árboles que parecen acariciar el cielo con sus copas, coronado al fondo con las abruptas montañas de los Andes Interiores, el Risopatrón me llama con sus mágicas luces y sus plácidas corrientes.

Aún así ¿cuál de los dos ríos pescar? Sí, he proyectado conocer el Risopatrón pero es que el Palena, el río Padre, me tienta con sus vediazules aguas y una multitud de grandes árboles atravesados en sus corrientes, árboles que quizá me regalasen apasionantes sorpresas.

Pienso que hay tiempo para pescar los dos y así comienzo sondeando las tablas del Risopatrón desde su misma desembocadura.

Penetro poco a poco en el agua ante el temor de que la reparación del vader no haya sido eficaz. Primero llego a las rodillas y espero: ¡nada de agua! Sigo hasta el vientre y nueva espera durante unos minutos en tanto busco en aquellas serenas corrientes alguna señal de vida. Y más apasionante ¡aún  podrían estar remontando los salmones!

Me enorgullezco de la reparación de los pantalones de pesca: ni una gota pasa los parches artesanales. ¡El día es todo nuestro!

Ato la consabida Wolf roja que encuentro menos roñosa en mis cajas. Lamento haber perdido los cristales de secado pero con un poco de grasa para la cola de rata de seda, la pomposa mosca flota bastante alta sobre las prometedoras aguas. Además ¡qué importa la pesca! Aquel dulce sol; aquella inmensa soledad cuyo confín se pierde en el lejano horizonte montañoso; aquellas insinuantes corrientes, todo consigue que me sienta como en el mismo Edén.

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No hay cebadas en seca pero transcurro más de una hora sondeando los recodos, las raíces de los árboles que se levantan de las insondables profundidades del Río, los bulliciosos saltos del agua que difunden en el aire un sutil aroma. ¡Cuántas esperanzas!

Mi primer día de pesca en el año 2022, día tan deseado, tan imaginado en las horas de la tediosa ciática, me está regalando un verdadero tesoro. Siento deseos de llorar de felicidad cuando una loca subida hace desaparecer mi Red de la vista. El truchón, o lo que fuese, parece querer reafirmar nuestro sueño, y digo nuestro porque tampoco Linka pierde de vista ni un segundo aquel ser misterioso que tanto escandaliza el agua.

Solo su aleta dorsal se asoma al aire. Va trazando con ella un calmado sendero sobre la tersa superficie del  pozón. Cantan los bajos como violines con una música casi olvidada.

La lucha es larga y poderosa. Al tener apoyo en aguas tan profundas, el pez no cede su resistencia en absoluto y sus saltos siembran pequeños arcoíris por toda la tabla. Sí, me asalta la duda: ¿es realidad lo que acontece?

No pude llevar a la mano aquel pez porque en una de aquellas furiosas arrancadas se lanza imparable río abajo sacando casi toda la línea del carrete.

No lo dudamos y de un salto nos lanzamos al río tras él. Y pasamos el primer pozón. Y pasamos el segundo. Y pasamos…

En un punto de aquella loca singladura el río presenta una aguda curva y lógicamente la línea acaba enredándose en un encendido chilco que, con sus rojas campanitas, se asoma presumido para verse en el espejo del agua. Por mucho que me apresuro pierdo la tensión y aquel escandaloso universo de lucha y saltos recobra la calma: unas ondas circulares que van disminuyendo con el tiempo guardan en  el libro de mi Historia el recuerdo del episodio.

Como colofón de esa escena, ya liberado el pez de mi deseo, el supuesto salmón salta tocando el diáfano cielo azul. Es su despedida hasta la Eternidad.

Linka no pude contenerse y nada veloz hacia el punto donde se desvaneció el pez. La dejo porque ya nada se puede hacer para conseguir contemplarlo en las manos.

En tanto recobro la línea, me inunda una especial alegría: no importa nada haberlo perdido porque esa escena me hizo recordar los días de mi lejana juventud: ¡qué dicha poder seguir bajando al Río con tantos años a mis espaldas! Me siento un ser mimado por el Dios de las Aguas.

Cuando tengo la mosca en mis manos compruebo que no ha roto, solo el roñoso anzuelo se ha estirado permitiendo al truchón fundirse en las profundidades del Risopatrón.

Serenándome, sentado sobre el tronco de una vieja luma cuajada de estrellitas, abrazo a Linka que está tan radiante como yo:

-¿Sabes perrita bonita? No creas que estoy disgustado por haber perdido el pez ni por haberte lanzado sin permiso río abajo tras él. Me basta para sentirme feliz haber vivido junto a ti este “ahora” tan soñado. Estamos vivos ¡qué maravilloso!

Aparece una blanca garza planeando ingrávida por el éter. Parece sostenida mágicamente por una energía invisible y acaba posada en la orilla frente a nosotros. Mi Perra no lo duda y salta de nuevo al agua para atravesar la corriente en su dirección.  Cuando  la garza levanta el vuelo Linka da media vuelta y viene jadeante a mi lado:

-¿Ves Linka? También a ti se te escapan las  presas…

Transcurre bastante tiempo y no se ven tomadas. Decido cambiar de río y dudo si pescar un rato el Palena.

No es el tipo de río que me gusta para pescar. Tan ancho que parece un mar demanda el empleo de ninfas y streamers o incluso de cucharillas, cosas que ni se me pasan por la mente usar, así que al final decido cambiar de río ya que el Risopatrón se oculta algo más arriba entre árboles y tablas tan profundas que ni con tan flamante vadeador se podrían atravesar con cierta seguridad.  

El recuerdo de un tramo del Dinamarca que siempre nos da suerte me anima a ir a su encuentro.

Tardamos unos de quince minutos en llegar al puente  de la carretera que lo cruza. Saltando un cerco que amenaza con sus alambres espinados  estropear mi vadeador (hacía años que no pescaba tan seco como este día que narro) seguimos una humilde huella abierta en el bosque por el ganado la cual acaba en un tramo radicalmente cerrado. Resulta agobiante atravesarlo pero el recuerdo de los smolts que pesqué en unas pozas cercanas me da paciencia para avanzar.

La belleza de un agua de puro cristal y la salida del espumoso chorro que corona el pozón  me invitan a acabar la jornada allí mismo. Haya peces o no ¿para qué seguir?

Ya que no tengo más moscas rojas usables porque o están sin curva o están despeluchadas como señal de pasadas batallas, ato una especie de pérlido de foam muy flotador y escandaloso. ¿A cuál de mis amigos se lo habré robado? ¿Al Profe? ¿ATachu? ¿O quizá a algún gringo que cometió el atrevimiento de mostrarme orgulloso sus cajas? La añoranza de mis amigos quiere entristecerme pero la seguridad de que aún habría smolt esperándome borra ese sentimiento de mí mente.  

Hay que estar en estos ríos para entender qué tan especial es pescar en ellos. No puedo asegurar que sean sus aguas diamantinas, ni las perfumadas selvas vírgenes que los arropan, ni los peces que las pueblan lo que me hace enloquecer al estar sumido en ellos. De nuevo vienen a mi recuerdo mis lejanos días de España, de aquel mocito que ataba una humilde gusarapa en su rudimentario aparejo y que no sabía que las truchas tenían pintas naranjas en sus flancos… Por unos segundos pienso:

-“¿Seré el mismo?” 

El Dinamarca no es distinto a los demás ríos de la zona solo que posee algún tramo más accesible para llegar a ciertas tablas y corrientes. Río arriba del punto en el que me encuentro quizá sea aún mejor la entrada y lo comprobaré en la siguiente salida ya que hasta el 15 de abril que empieza la veda  queda tiempo para pescar.

A la vera del pozo elegido lanzo el mastodóntico mosco de foam que se posa con un ruidito muy apropiado para llamar la atención de cualquier pez que deambule por los entornos.

No estoy muy debidamente colocado ya que la línea debe atravesar la buena corriente y no permite que la mosca permanezca unos segundos detenida en el tramo remansado de la orilla contraria. Haciendo repetidos retoques consigo en parte ese parón tentador.

Unos plateados brillos profundos me hacen soñar: ¿serán peces? ¿O son piedras que juegan a ser perlas? Moriré sin tener unas buenas gafas polarizadas, ¡pena!

Uno, dos, cien lances y nada, ni un solo rechazo pero la fe mantiene viva mi esperanza. De haber estado a mi lado Paco Pepe me habría repetido lo que siempre decía de mí:

Eres como Moisés abriendo las aguas…!

Cambio de postura descendiendo algo río abajo para permitir que mi mosco permanezca más tiempo sin dragar. Me anima la llegada de un pérlido colorido: planeando con sus cuatro alas paradas golpea el agua varias veces y ¡un pez se lo zampa! No estaba muy equivocado al atar ese foam flotador porque estos ríos de piedra son un nicho apropiado para los pérlidos.

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Para imitar perfectamente su peculiar manera de efectuar la puesta aún bajo unos metros más y me arrimo a la orilla opuesta, eso sí, con el agua a la altura del pecho. Pero los vadeadores recuperados siguen sin dejar entrar una gota de agua. Os cuento al final lo que pasó con tan profundas inmersiones.

Ya me disponía a cambiar de pozo cuando un rayo plateado golpea mí ser: ¡o el pez o yo hemos fallado la toma!  Linka también lo vio y debo pedirla que se esté quieta en su orilla.

Nuevos lances más precisos sobre los reflejos plateados. ¡Silencio! El tiempo se esfuma de mi cerebro. Son momentos en los que nuestros relojes de arena detienen su fluir como un divino regalo. Siempre he creído que los dioses no nos descuentan de nuestras vidas el tiempo transcurrido pescando. ¿Por tal cosa seré tan viejo…?

Hago un arriesgado lance bajo un rojo arrayan cuyas ramas acarician las aguas. Algún gnomo oculto se apiada de mí mala técnica y hace que salga perfecto, tan perfecto que otro pez se disparó desde el fondo para caer, desde el cielo, sobre la confiada mosca en una entusiasmante ceba olímpica.

Uno, dos y ¡clavo! Un rayo de plata se dedica a volar sobre el río, ¡pocos segundos toca el agua! No me cabe la menor duda: es el smolt de un salmón, quizá de un coho por su tamaño, unos treinta y cinco centímetros de largo.

Es breve la lucha porque se suelta con gran tristeza de Linka que ya brincaba de entusiasmo en la orilla opuesta. No me apeno, es suficiente aquella demostración de vida que nos regaló ese pez. Vuelvo a recordar los peces engañados en este mismo punto del Dinamarca el pasado año. A los que nunca han pescado estos jóvenes salmones les diré que su lucha la realizan más tiempo fuera que dentro del agua. Realmente vuelan ¡pero no dejan de ser peces!

Se hace noche; no debo arriesgar el quedarme sin poder pasar a mí Isla porque la barcaza que hace el servicio cierra a las nueve en verano, pero lo de siempre:

-“Un solo lance más.”- digo para mis adentros.

Cuando iría por el lance cincuenta… otro salmoncito se lanza sobre el engañoso foam. Es inesperada su tomada y clavo mal con lo cual se suelta a los primeros saltos.

¡Imposible marcharme: solo otro lance más…! ¿No pensáis lo mismo vosotros en similares circunstancias?

Y ahora sí: muere  la tarde, el sol se acuesta sobre los soberbios árboles de la selva. ¿Por qué no habré nacido trucha para poder quedarme en el río? O mejor aún ¿por qué no ser Río?

Linka está feliz durante el regreso; corre entre el endiablado tramo cerrado de vegetación persiguiendo a los cantarines chucaos mientras yo juro en caldeo contra las ramas que arañan la cara, la ropa, la caña cuya línea se enreda a cada paso...

Llegados al auto me quito el vadeador recuperado: ¡ni una sola gota entró por los parches! Hacía años que pescaba sin mojarme: ¡qué reparación había hecho!

Pero ¡horror!: el bolsillo del pecho donde llevo el teléfono rebosa agua. No suelo llevar ese aparato al río porque nunca hago fotos con peces en las manos, pero en este día deseaba hacerlas de las tablas del Risopatrón. Lección que me dan los Elfos: ¡abajo las tecnologías y viva la pura Naturaleza!   

Arrancamos camino de la Isla del Palena, felices entre cataratas que bajan del  glaciar que cubre el volcán Melimoyu, entre mañíos, lumas, arrayanes, nalcas y el canto siempre amigo del río de los Mil Colores.

Volveré, sí: volveré aunque el cuerpo no pueda llevarme. Morir en un Río (siempre lo pienso) sería mucho mejor que morir lleno de tubos en un hospital. Eso sí: que sea con el nombre de una Estrella en mis labios. Amén.

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Estas son mis moscas y este es mi lago, el lago encantado...

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Introducción.
Cuando veo publicados los montajes de moscas siento verdadera vergüenza. Los grandes montadores, como Jesús el Calambres, los hermanos Antúnez y otros muchos, saben hacer filigranas con todo tipo de imitaciones, desde secas a streamer. Pero hay algo que me gustaría comentar para salvar, aunque sólo sea un poquito, la mala fama de mis moscos, los cuales se han ganado a pulso su reputa-ción...
Por aquello de que la suerte de la fea la guapa la desea, no todas mis moscas son lo que parecen y voy a poneros un solo ejemplo.

Llegado a Patagonia hace más de veinticinco años me encontré con un Mundo Nuevo. Acá las truchas tienen hábitos muy diferentes en muchos aspectos a las españolas y europeas. En España nunca pude ver a una trucha comerse odonatos adultos, cuando en La Trapananda son devorados con verdadera fruición. Y no estoy hablando de las arcoíris sólo, también las comunes sienten la misma pasión por esos animalitos. Así que debí realizar una imitación que permitiese llenar este vacío en mis cajas.1_Matapiojos

Para ello seguí las premisas de siempre: silueta general, colores y tonos dominantes, materiales sencillos de encontrar y principalmente nivel de flotación en el agua del conjunto porque así se presentan más naturales cuando han caído a causa de un accidente o algo similar.

Podéis reíros lo que queráis al ver mi obra “maestra”, humilde sí pero de una efectividad sorprendente. Con tubo de foam azul de diámetro medio, unas plumas recortadas de un hackle teñido de azul mezclado con otro de indio plata, alas muy ligeras modificadas hoy con unas hebritas de hilo plata y un rotulador negro indeleble, mi matapiojos no envidia para nada a las más afamadas creaciones mundiales. Y de paso os narro la primera “navegación” de la mosca que acabo de describir.
Nota: una trucha la desrabó (acababa en punta) pero sigue pescando.En la actualidad las alas son menos densas.

Veamos el relato que describe su inauguración:Esta es la imitación original. Ahora la monto con alas mucho menos densas, unos pelos de ciervo negro para imitar las patitas y también este hackle azul para resaltar el grueso tórax.




 

NAVEGANDO POR MÍ LAGO.
Febrero 2004.



2_Navegando_por_mi_lago  He recorrido más un centenar de kilómetros hasta llegar al lago. Después de casi dos horas de camino, (la parte final es de muy mal ripio) estoy aquí. Me "apuro", ilusionado, en bajar el patito del auto, llenar sus bolsillos con mis cosas de pesca y hasta con un poquito de comida. Agua no necesito; sólo hay que disponer de un vasito de papel para cogerla del propio lago. (Uso los sobres de las sopas rápidas)

Finalmente, puestos el vadeador y las aletas, camino marcha atrás hasta la playita arenosa para proceder a la botadura del “navío” e inicio una encantadora travesía con destino impreciso, destino que dependerá de ellas, de los rincones que en ese día hayan elegido para cebarse, que pueden ser orillas de juncos, paredones de piedra basáltica, o puntos de aguas adentro... Por seguridad ato la caña al flotador y doy aletas sin esforzarme lo más mínimo: no hay prisas, es temprano; la ceba empezará más tarde. Aunque no hace viento, avanzo a paso de tortuga reumática, pero feliz de estar allá metido: el sol resalta el intenso azul del cielo; las aguas transparentes, profundas, me llegan a sobresaltar. ¿Qué habrá ahí abajo oculto entre las algas? Esa incógnita me hace soñar con grandes peces que, quizá, podrían subir al engaño que les presento. Los pescadores somos soñadores natos...
Llegado a una orilla de juncos, el tibio sol hace que olvide la pesca: es delicioso estar sumido en el agua, flotando como un cisne enamorado. Y lo estoy; enamorado del lago, del bosque que lo circunda, de las altas montañas coronadas de nieve y azules hielos milenarios, del aire incontaminado... ¿Por qué pescar? No me es necesario; prefiero dejarme mecer por la suave brisa que aviva sueños largamente incubados. Pero ¿a dónde voy? Nada importa el destino; lo importante es navegar, como si el lago fuese el camino de la Vida y yo su caminante. ¿Quién dijo que no hay caminos? Soy consciente que sólo hay Uno, mas ¿cómo encontrarlo si con mis años sigo ignorando hasta "quien es” el que así piensa…?

De manera casi inconsciente, mi caña lanza la mosca entre los cercanos juncos. He puesto una imitación de libélula montada en tierras lejanas, en días de agonía sin fin. Flota burdamente, pero manteniendo el justo nivel en el agua para convertirse en un taimado engaño.
Súbitamente una luz cae desde el cielo sobre ella: ¿Vuelan las truchas? No sé, pero las de éste lago parecen poseer alas. Clavo, pero fallo el intento. Me autodisculpo: “es un anzuelo demasiado pequeño para tanto cuerpo…” Aún así me niego a emplear otro mayor por miedo a dañarlas pero al final renace en mí el Homo ancestral y decido que sólo un número más no estaría nada mal...

Vuelvo a lanzar sobre ese preciso sitio y la misma trucha vuela sobre la imitación: ¡de nuevo fallo al clavar! ¡Esto se vuelve divertido! Repito el lance y ella, evidentemente enojada y violenta, se obstina en comerse mi "matapiojos" con visible rabia ante sus lamentables fallos (1) Pero no clavo ¡ni por asomo! No siento el menor golpe en la caña ¿Le gustará masticar el foam que conforma el cuerpo del engaño? Aun volvió a tomar varias veces más y otras tantas a fallar ¿los dos? (2) Por su mala cabeza, a la sexta subida la consigo, ¡pero qué lucha! No puede con ella la potente Sage SLT de línea 6. Cuando la tengo en mi mano la mido: dos palmos y un poco. ¡Qué comienzos!

   Sigo lanzando la rabuda imitación (la mutiló la trucha con sus repetidas mordidas) justo entre los juncos, aun con riesgo de tener molestos enganches. Al poco una nueva comilona intenta tragarse mi mastodóntica imitación. Tampoco consigo clavarla, más guiado por los sucesos anteriores, continúo lanzando sobre el pez: ¡vuelve a entrar como una saeta! Nunca había tenido tantas subidas falladas de una misma trucha; claro que era el primer día que pescaba con esta imitación: mí ego intenta inflarse. Eso no me gusta nadita porque enturbia el puro placer del Arte. Al final la pobre acabó marchándose, quizá al notar la punta del anzuelo, o al ver aquel pato tan grandote a no más de dos metros de ella.3_Matapiojo

Decido sondear los juncos contiguos. La mosca se queda colgada de uno a medio metro del agua: una nueva trucha voladora arremete contra la chupeteada imitación, y nuevo fallo también. Tantos errores no me molestan en absoluto; lo estoy pasando muy bien: ver a esos buenos peces, voladores y poderosos, obstinados en dar fin de una pobre libélula de foam, resulta apasionante. Pero hago una promesa: montaré en un sólo número de anzuelo mayor, y confeccionaré cuerpos más cortos. Los anzuelos sin muerte que estoy usando son finos de tija. Sustituyendo al 16, el número del 14 bastará para conseguir mayor frecuencia en las clavadas.

   Se suceden otras varias subidas acompañadas de los aceptados fallos, pero algunas sí consigo tenerlas en la mano para medirlas: la mayoría superan las dos cuartas. ¡Y cómo luchan las muchachas! Además las veo acercarse a la mosca claramente: como los juncos están muy densos, al pasar entre ellos los peces los mueven lo justo como para seguir su trayectoria con precisión. Esto añade más emoción a la pesca porque sus recorridos son muy lentos y prolongan el apasionante trance muchos minutos: es como comer un postre muy despacito para que dure más.

   Éste es mi lago, el lago encantado, el lago de mis sueños, lago donde los cisnes de cuello negro y los colimbos me acompañan sin temor a mi presencia. Desde aquel día en el cual lo pesqué por vez primera me tiene embrujado. La trucha mayor de mi vida la tuve aquí. Entorno los ojos y vuelvo a recordar como fue aquel episodio:

   Pescaba con la manoseada imitación roja de Wulff, y lograba no muchas, pero sí bellas damas. Situado frente a un paredón basáltico del fondo del lago, me deleitaban las posadas conseguidas al lanzar con suavidad extrema. Cuando volví a centrar mi atención sobre las aguas me sobresalté: rozando materialmente la pared de piedra, vi una aleta tan grande como una mano que, muy lentamente, se acercaba a la perpendicular de mi postura. Tomaba pausadamente, asomando un poquito fuera del agua la punta de la boca: eran cebas de beso. Me estremecí: aquello debía ser un trasatlántico a juzgar por lo que dejaba a la vista. No necesité pensarlo dos veces: lancé la mosca contra la misma pared para asegurar no producir ninguna vibración en la posada, aun con el evidente riesgo de enganchar en alguna hierba que ese basalto posee. Una vez caída al agua la abandoné allí la cual, ignorante, flotaba feliz sin saber lo que se le acercaba.

La aleta se movía con desesperante lentitud, pero era seguro que se toparía con la Red Wulff al no separarse ni un centímetro de la roca: estaba comiendo los insectos que accidentalmente caían al agua. El monstruo progresaba: dos metros; uno; escasos centímetros... Sin vacilar ni recelar nada, engulló ruidosamente mi engaño. Cuando la clavé, aquel animalito se lanzó a las profundidades como una flecha, imparable ni por lo más remoto. Aunque me apresuré a darle línea con la mano izquierda, la punta de mi caña ya estaba dentro del agua ¡y mi mano si me descuido! por causa de la velocidad que había generado en su descenso a las profundidades. Para complicar más las cosas, en aquella época usaba una ligera cañita de bambú de línea cinco, frágil como una mariposa: nada podía hacer con ella para intentar detener aquella furia plateada.

Cuando debió alcanzar el fondo del lago se relajó la tensión del aparejo como resulta lógico y pensé que ya la había vencido, que sólo era cuestión de tiempo. ¡Grave error! Efectivamente: al desplazarse horizontalmente por el fondo la trucha no ofrecía gran resistencia, pero en esos momentos de escasa fuerza, inexplicablemente, la línea perdió toda tensión y la caña se relajó: acababa de perder el pez tantos años soñado. ¡El pez de mi vida…!

   Mordiéndome lo labios por el penoso desengaño, recogía la línea para comprobar si había roto o si sólo se había soltado, instantes en los que vislumbré una mancha plateada que ascendía desde el fondo, justo al lado de mi flotador. Por instantes, aquella sombra luminosa ondulante e imprecisa se hacía más y más grande precisando, segundo tras segundo, su contorno de enorme pez. Finalmente, a no más de dos metros de mi lado, aquel hermoso ser saltó y sacó todo su cuerpo fuera del agua. Con lentitud desesperante, a cámara ultra lenta, quedó inmóvil en el aire unos instantes apoyado en el agua sólo por su cola: posiblemente tenía más de un metro de larga. Y también vi, colgando de sus labios, mi Red Wulff y toda la cola de rata de seda verde. Cuando cayó de costado sobre el lago su gran mole salpicó de agua mi rostro: fue como un castigo ante mi fatuidad de pescador, pescador indigno de haber osado acariciar semejante quimera. Sí, me encontraba desconsolado, pero hoy su recuerdo es gratificante y nunca me dejará mientras viva. ¿No es suficiente?

Pienso que la explicación a esa rotura fue el roce con alguna lasca de basalto del fondo que, como un cuchillo, cortó mi robusto aparejo por la parte más gruesa, es decir, entre la unión de la cola de rata con la línea.

   En4Cisne_de_cuello_negro_en_laguna_Espejo_2 esos instantes en que finalizaba el recuerdo de aquella alucinante escena del pasado, un brutal golpe me despertó de la ensoñación que revivía mi mente: la libélula había cogido, ella solita, una trucha. Me molestó esa distracción mía porque perder una subida es para mi mucho peor que no pescar: por eso resultó un consuelo el que se soltase tras una breve lucha. "¡Era pequeña!" me dije con el habitual comentario de tonto pescador.

Siento frío; mido la temperatura del agua: 6,5º C. Además me urge salir para... ¡Esta próstata…!    Bueno; por hoy ya es más que bastante. Navego remolonamente hacia la oportuna salida; el sol se está ocultando tras la más cercana montaña que excluye la vista del último horizonte. Ninguna trucha más se ceba ya en seca; se acabó el día para mí, pero no se acabarán mis sueños mientras pueda navegar por mi lago encantado. Es la razón de mi existencia, no el pescar, pero sí el ser “aquí y ahora.”, la triste impermanencia de todo.


   Una pareja de mágicos colimbos me observan intrigados y deciden acompañarme en mi travesía final. Quisiera hacerles unas fotos. No se asustan, pero van realizando esporádicas y muy prolongadas inmersiones. Al fin los pierdo de vista. Después todo queda en silencio, detenido el tiempo, mas no la existencia.

No hace falta que me proponga volver porque nunca marcho de aqui: sólo sueño que vivo en este rincón deseado, que soy parte del agua, de las porfiadas truchas, de los fieles colimbos, del Todo.


(1) Matapiojos llaman en Chile a las libélulas, en general Odonatos.

(2) He sabido después por propia experiencia, que con ciertos moscos debemos retrasar la clavada unos segundos. Creo que la trucha coge primero la mosca y acto seguido vuelve a morderla tras una breve suelta y la engulle definitivamente. Es parecido a lo que hacen algunos perros de caza con las presas para asegurarlas.

Luis Antúnez Valerio

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