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Aguas Brujas

Aguas Brujas

Pasa la  temporada y no he podido salir un solo día de pesca. Primero fue una larga ciática que me tuvo paralizado más de un mes. Los consejos del médico me atemorizaron:

No se mueva mucho Abuelo; no coja frío en las rodillas; no…!

De inmediato me asaltan imperiosos deseos de salir de pesca y es que  no hay mejor manera para que un deseo se apodere de nosotros que nos lo prohíban.

Pasan las semanas y nada, que la ciática no se cura y peor aún: compruebo que mis cuatro veteranos vadeadores tienen más agujeros que un colador. Por eso decido pedir uno baratito a mi hijo Sandro.

¡Gran solución! Resulta que el transporte y la aduana duplican el precio del soñado vadeador. Abandono la petición…

Mi amigo Eduardo, ese jinete de los pájaros de acero,  me da una idea:

-Aunque sea ponles un parche de pegamento…

No, una capa de pegamento no pero sí unos parches que puedo sacar destruyendo el peor de mis otros vadeadores.

Busco los pinchazos  para seleccionar el mejor. ¡Santo cielo! Tienen todos  más de veinte agujeros y no muy pequeños, pero animado por el deseo de salir de pesca acometo la tarea con mucha fe. Doy al final de esta narración  el procedimiento seguido para aquellos pescadores que se encuentren en las mismas circunstancias.

El camino se nos hace largo a Linka y a mí: ¿qué río pescar? Cuando se dispone de más de diez hermosos ríos en un entorno de unos treinta kilómetros la elección es complicada. Quería conocer el Risopatrón, río que nace del lago del mismo nombre y que por él remontan los salmones provenientes de ese río que cambia el tono de sus aguas según sea el día y el estado del mismo, no en vano lo he bautizado como el de Los Mil Colores: el Palena.

El problema de todos esos ríos es acceder a un tramo  poco dificultoso ya que los impenetrables  bosques vírgenes llegan hasta las mismas orillas y los pozos son tan profundos que cubren hasta la cabeza de cualquier arriesgado pescador que ose intentarlo: servidor…

Bajo por la carretera y veo que un portón de acceso al Palena está abierto, ¡nunca antes lo había explorado!

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Penetro unos metros con idea de solicitar el oportuno permiso para llegar hasta donde me llevase esa “huella”. No es necesario porque no encuentro una sola casa ni persona alguna.

Transcurridos unos diez kilómetros cesa el bosque y aparece ante mí un tibio arenal luminoso y dos prometedores ríos. ¡Qué maravilla!

Rodeado de árboles que parecen acariciar el cielo con sus copas, coronado al fondo con las abruptas montañas de los Andes Interiores, el Risopatrón me llama con sus mágicas luces y sus plácidas corrientes.

Aún así ¿cuál de los dos ríos pescar? Sí, he proyectado conocer el Risopatrón pero es que el Palena, el río Padre, me tienta con sus vediazules aguas y una multitud de grandes árboles atravesados en sus corrientes, árboles que quizá me regalasen apasionantes sorpresas.

Pienso que hay tiempo para pescar los dos y así comienzo sondeando las tablas del Risopatrón desde su misma desembocadura.

Penetro poco a poco en el agua ante el temor de que la reparación del vader no haya sido eficaz. Primero llego a las rodillas y espero: ¡nada de agua! Sigo hasta el vientre y nueva espera durante unos minutos en tanto busco en aquellas serenas corrientes alguna señal de vida. Y más apasionante ¡aún  podrían estar remontando los salmones!

Me enorgullezco de la reparación de los pantalones de pesca: ni una gota pasa los parches artesanales. ¡El día es todo nuestro!

Ato la consabida Wolf roja que encuentro menos roñosa en mis cajas. Lamento haber perdido los cristales de secado pero con un poco de grasa para la cola de rata de seda, la pomposa mosca flota bastante alta sobre las prometedoras aguas. Además ¡qué importa la pesca! Aquel dulce sol; aquella inmensa soledad cuyo confín se pierde en el lejano horizonte montañoso; aquellas insinuantes corrientes, todo consigue que me sienta como en el mismo Edén.

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No hay cebadas en seca pero transcurro más de una hora sondeando los recodos, las raíces de los árboles que se levantan de las insondables profundidades del Río, los bulliciosos saltos del agua que difunden en el aire un sutil aroma. ¡Cuántas esperanzas!

Mi primer día de pesca en el año 2022, día tan deseado, tan imaginado en las horas de la tediosa ciática, me está regalando un verdadero tesoro. Siento deseos de llorar de felicidad cuando una loca subida hace desaparecer mi Red de la vista. El truchón, o lo que fuese, parece querer reafirmar nuestro sueño, y digo nuestro porque tampoco Linka pierde de vista ni un segundo aquel ser misterioso que tanto escandaliza el agua.

Solo su aleta dorsal se asoma al aire. Va trazando con ella un calmado sendero sobre la tersa superficie del  pozón. Cantan los bajos como violines con una música casi olvidada.

La lucha es larga y poderosa. Al tener apoyo en aguas tan profundas, el pez no cede su resistencia en absoluto y sus saltos siembran pequeños arcoíris por toda la tabla. Sí, me asalta la duda: ¿es realidad lo que acontece?

No pude llevar a la mano aquel pez porque en una de aquellas furiosas arrancadas se lanza imparable río abajo sacando casi toda la línea del carrete.

No lo dudamos y de un salto nos lanzamos al río tras él. Y pasamos el primer pozón. Y pasamos el segundo. Y pasamos…

En un punto de aquella loca singladura el río presenta una aguda curva y lógicamente la línea acaba enredándose en un encendido chilco que, con sus rojas campanitas, se asoma presumido para verse en el espejo del agua. Por mucho que me apresuro pierdo la tensión y aquel escandaloso universo de lucha y saltos recobra la calma: unas ondas circulares que van disminuyendo con el tiempo guardan en  el libro de mi Historia el recuerdo del episodio.

Como colofón de esa escena, ya liberado el pez de mi deseo, el supuesto salmón salta tocando el diáfano cielo azul. Es su despedida hasta la Eternidad.

Linka no pude contenerse y nada veloz hacia el punto donde se desvaneció el pez. La dejo porque ya nada se puede hacer para conseguir contemplarlo en las manos.

En tanto recobro la línea, me inunda una especial alegría: no importa nada haberlo perdido porque esa escena me hizo recordar los días de mi lejana juventud: ¡qué dicha poder seguir bajando al Río con tantos años a mis espaldas! Me siento un ser mimado por el Dios de las Aguas.

Cuando tengo la mosca en mis manos compruebo que no ha roto, solo el roñoso anzuelo se ha estirado permitiendo al truchón fundirse en las profundidades del Risopatrón.

Serenándome, sentado sobre el tronco de una vieja luma cuajada de estrellitas, abrazo a Linka que está tan radiante como yo:

-¿Sabes perrita bonita? No creas que estoy disgustado por haber perdido el pez ni por haberte lanzado sin permiso río abajo tras él. Me basta para sentirme feliz haber vivido junto a ti este “ahora” tan soñado. Estamos vivos ¡qué maravilloso!

Aparece una blanca garza planeando ingrávida por el éter. Parece sostenida mágicamente por una energía invisible y acaba posada en la orilla frente a nosotros. Mi Perra no lo duda y salta de nuevo al agua para atravesar la corriente en su dirección.  Cuando  la garza levanta el vuelo Linka da media vuelta y viene jadeante a mi lado:

-¿Ves Linka? También a ti se te escapan las  presas…

Transcurre bastante tiempo y no se ven tomadas. Decido cambiar de río y dudo si pescar un rato el Palena.

No es el tipo de río que me gusta para pescar. Tan ancho que parece un mar demanda el empleo de ninfas y streamers o incluso de cucharillas, cosas que ni se me pasan por la mente usar, así que al final decido cambiar de río ya que el Risopatrón se oculta algo más arriba entre árboles y tablas tan profundas que ni con tan flamante vadeador se podrían atravesar con cierta seguridad.  

El recuerdo de un tramo del Dinamarca que siempre nos da suerte me anima a ir a su encuentro.

Tardamos unos de quince minutos en llegar al puente  de la carretera que lo cruza. Saltando un cerco que amenaza con sus alambres espinados  estropear mi vadeador (hacía años que no pescaba tan seco como este día que narro) seguimos una humilde huella abierta en el bosque por el ganado la cual acaba en un tramo radicalmente cerrado. Resulta agobiante atravesarlo pero el recuerdo de los smolts que pesqué en unas pozas cercanas me da paciencia para avanzar.

La belleza de un agua de puro cristal y la salida del espumoso chorro que corona el pozón  me invitan a acabar la jornada allí mismo. Haya peces o no ¿para qué seguir?

Ya que no tengo más moscas rojas usables porque o están sin curva o están despeluchadas como señal de pasadas batallas, ato una especie de pérlido de foam muy flotador y escandaloso. ¿A cuál de mis amigos se lo habré robado? ¿Al Profe? ¿ATachu? ¿O quizá a algún gringo que cometió el atrevimiento de mostrarme orgulloso sus cajas? La añoranza de mis amigos quiere entristecerme pero la seguridad de que aún habría smolt esperándome borra ese sentimiento de mí mente.  

Hay que estar en estos ríos para entender qué tan especial es pescar en ellos. No puedo asegurar que sean sus aguas diamantinas, ni las perfumadas selvas vírgenes que los arropan, ni los peces que las pueblan lo que me hace enloquecer al estar sumido en ellos. De nuevo vienen a mi recuerdo mis lejanos días de España, de aquel mocito que ataba una humilde gusarapa en su rudimentario aparejo y que no sabía que las truchas tenían pintas naranjas en sus flancos… Por unos segundos pienso:

-“¿Seré el mismo?” 

El Dinamarca no es distinto a los demás ríos de la zona solo que posee algún tramo más accesible para llegar a ciertas tablas y corrientes. Río arriba del punto en el que me encuentro quizá sea aún mejor la entrada y lo comprobaré en la siguiente salida ya que hasta el 15 de abril que empieza la veda  queda tiempo para pescar.

A la vera del pozo elegido lanzo el mastodóntico mosco de foam que se posa con un ruidito muy apropiado para llamar la atención de cualquier pez que deambule por los entornos.

No estoy muy debidamente colocado ya que la línea debe atravesar la buena corriente y no permite que la mosca permanezca unos segundos detenida en el tramo remansado de la orilla contraria. Haciendo repetidos retoques consigo en parte ese parón tentador.

Unos plateados brillos profundos me hacen soñar: ¿serán peces? ¿O son piedras que juegan a ser perlas? Moriré sin tener unas buenas gafas polarizadas, ¡pena!

Uno, dos, cien lances y nada, ni un solo rechazo pero la fe mantiene viva mi esperanza. De haber estado a mi lado Paco Pepe me habría repetido lo que siempre decía de mí:

Eres como Moisés abriendo las aguas…!

Cambio de postura descendiendo algo río abajo para permitir que mi mosco permanezca más tiempo sin dragar. Me anima la llegada de un pérlido colorido: planeando con sus cuatro alas paradas golpea el agua varias veces y ¡un pez se lo zampa! No estaba muy equivocado al atar ese foam flotador porque estos ríos de piedra son un nicho apropiado para los pérlidos.

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Para imitar perfectamente su peculiar manera de efectuar la puesta aún bajo unos metros más y me arrimo a la orilla opuesta, eso sí, con el agua a la altura del pecho. Pero los vadeadores recuperados siguen sin dejar entrar una gota de agua. Os cuento al final lo que pasó con tan profundas inmersiones.

Ya me disponía a cambiar de pozo cuando un rayo plateado golpea mí ser: ¡o el pez o yo hemos fallado la toma!  Linka también lo vio y debo pedirla que se esté quieta en su orilla.

Nuevos lances más precisos sobre los reflejos plateados. ¡Silencio! El tiempo se esfuma de mi cerebro. Son momentos en los que nuestros relojes de arena detienen su fluir como un divino regalo. Siempre he creído que los dioses no nos descuentan de nuestras vidas el tiempo transcurrido pescando. ¿Por tal cosa seré tan viejo…?

Hago un arriesgado lance bajo un rojo arrayan cuyas ramas acarician las aguas. Algún gnomo oculto se apiada de mí mala técnica y hace que salga perfecto, tan perfecto que otro pez se disparó desde el fondo para caer, desde el cielo, sobre la confiada mosca en una entusiasmante ceba olímpica.

Uno, dos y ¡clavo! Un rayo de plata se dedica a volar sobre el río, ¡pocos segundos toca el agua! No me cabe la menor duda: es el smolt de un salmón, quizá de un coho por su tamaño, unos treinta y cinco centímetros de largo.

Es breve la lucha porque se suelta con gran tristeza de Linka que ya brincaba de entusiasmo en la orilla opuesta. No me apeno, es suficiente aquella demostración de vida que nos regaló ese pez. Vuelvo a recordar los peces engañados en este mismo punto del Dinamarca el pasado año. A los que nunca han pescado estos jóvenes salmones les diré que su lucha la realizan más tiempo fuera que dentro del agua. Realmente vuelan ¡pero no dejan de ser peces!

Se hace noche; no debo arriesgar el quedarme sin poder pasar a mí Isla porque la barcaza que hace el servicio cierra a las nueve en verano, pero lo de siempre:

-“Un solo lance más.”- digo para mis adentros.

Cuando iría por el lance cincuenta… otro salmoncito se lanza sobre el engañoso foam. Es inesperada su tomada y clavo mal con lo cual se suelta a los primeros saltos.

¡Imposible marcharme: solo otro lance más…! ¿No pensáis lo mismo vosotros en similares circunstancias?

Y ahora sí: muere  la tarde, el sol se acuesta sobre los soberbios árboles de la selva. ¿Por qué no habré nacido trucha para poder quedarme en el río? O mejor aún ¿por qué no ser Río?

Linka está feliz durante el regreso; corre entre el endiablado tramo cerrado de vegetación persiguiendo a los cantarines chucaos mientras yo juro en caldeo contra las ramas que arañan la cara, la ropa, la caña cuya línea se enreda a cada paso...

Llegados al auto me quito el vadeador recuperado: ¡ni una sola gota entró por los parches! Hacía años que pescaba sin mojarme: ¡qué reparación había hecho!

Pero ¡horror!: el bolsillo del pecho donde llevo el teléfono rebosa agua. No suelo llevar ese aparato al río porque nunca hago fotos con peces en las manos, pero en este día deseaba hacerlas de las tablas del Risopatrón. Lección que me dan los Elfos: ¡abajo las tecnologías y viva la pura Naturaleza!   

Arrancamos camino de la Isla del Palena, felices entre cataratas que bajan del  glaciar que cubre el volcán Melimoyu, entre mañíos, lumas, arrayanes, nalcas y el canto siempre amigo del río de los Mil Colores.

Volveré, sí: volveré aunque el cuerpo no pueda llevarme. Morir en un Río (siempre lo pienso) sería mucho mejor que morir lleno de tubos en un hospital. Eso sí: que sea con el nombre de una Estrella en mis labios. Amén.

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