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Estas son mis moscas y este es mi lago, el lago encantado...

Estas son mis moscas y este es mi lago, el lago encantado...

Introducción.
Cuando veo publicados los montajes de moscas siento verdadera vergüenza. Los grandes montadores, como Jesús el Calambres, los hermanos Antúnez y otros muchos, saben hacer filigranas con todo tipo de imitaciones, desde secas a streamer. Pero hay algo que me gustaría comentar para salvar, aunque sólo sea un poquito, la mala fama de mis moscos, los cuales se han ganado a pulso su reputa-ción...
Por aquello de que la suerte de la fea la guapa la desea, no todas mis moscas son lo que parecen y voy a poneros un solo ejemplo.

Llegado a Patagonia hace más de veinticinco años me encontré con un Mundo Nuevo. Acá las truchas tienen hábitos muy diferentes en muchos aspectos a las españolas y europeas. En España nunca pude ver a una trucha comerse odonatos adultos, cuando en La Trapananda son devorados con verdadera fruición. Y no estoy hablando de las arcoíris sólo, también las comunes sienten la misma pasión por esos animalitos. Así que debí realizar una imitación que permitiese llenar este vacío en mis cajas.1_Matapiojos

Para ello seguí las premisas de siempre: silueta general, colores y tonos dominantes, materiales sencillos de encontrar y principalmente nivel de flotación en el agua del conjunto porque así se presentan más naturales cuando han caído a causa de un accidente o algo similar.

Podéis reíros lo que queráis al ver mi obra “maestra”, humilde sí pero de una efectividad sorprendente. Con tubo de foam azul de diámetro medio, unas plumas recortadas de un hackle teñido de azul mezclado con otro de indio plata, alas muy ligeras modificadas hoy con unas hebritas de hilo plata y un rotulador negro indeleble, mi matapiojos no envidia para nada a las más afamadas creaciones mundiales. Y de paso os narro la primera “navegación” de la mosca que acabo de describir.
Nota: una trucha la desrabó (acababa en punta) pero sigue pescando.En la actualidad las alas son menos densas.

Veamos el relato que describe su inauguración:Esta es la imitación original. Ahora la monto con alas mucho menos densas, unos pelos de ciervo negro para imitar las patitas y también este hackle azul para resaltar el grueso tórax.




 

NAVEGANDO POR MÍ LAGO.
Febrero 2004.



2_Navegando_por_mi_lago  He recorrido más un centenar de kilómetros hasta llegar al lago. Después de casi dos horas de camino, (la parte final es de muy mal ripio) estoy aquí. Me "apuro", ilusionado, en bajar el patito del auto, llenar sus bolsillos con mis cosas de pesca y hasta con un poquito de comida. Agua no necesito; sólo hay que disponer de un vasito de papel para cogerla del propio lago. (Uso los sobres de las sopas rápidas)

Finalmente, puestos el vadeador y las aletas, camino marcha atrás hasta la playita arenosa para proceder a la botadura del “navío” e inicio una encantadora travesía con destino impreciso, destino que dependerá de ellas, de los rincones que en ese día hayan elegido para cebarse, que pueden ser orillas de juncos, paredones de piedra basáltica, o puntos de aguas adentro... Por seguridad ato la caña al flotador y doy aletas sin esforzarme lo más mínimo: no hay prisas, es temprano; la ceba empezará más tarde. Aunque no hace viento, avanzo a paso de tortuga reumática, pero feliz de estar allá metido: el sol resalta el intenso azul del cielo; las aguas transparentes, profundas, me llegan a sobresaltar. ¿Qué habrá ahí abajo oculto entre las algas? Esa incógnita me hace soñar con grandes peces que, quizá, podrían subir al engaño que les presento. Los pescadores somos soñadores natos...
Llegado a una orilla de juncos, el tibio sol hace que olvide la pesca: es delicioso estar sumido en el agua, flotando como un cisne enamorado. Y lo estoy; enamorado del lago, del bosque que lo circunda, de las altas montañas coronadas de nieve y azules hielos milenarios, del aire incontaminado... ¿Por qué pescar? No me es necesario; prefiero dejarme mecer por la suave brisa que aviva sueños largamente incubados. Pero ¿a dónde voy? Nada importa el destino; lo importante es navegar, como si el lago fuese el camino de la Vida y yo su caminante. ¿Quién dijo que no hay caminos? Soy consciente que sólo hay Uno, mas ¿cómo encontrarlo si con mis años sigo ignorando hasta "quien es” el que así piensa…?

De manera casi inconsciente, mi caña lanza la mosca entre los cercanos juncos. He puesto una imitación de libélula montada en tierras lejanas, en días de agonía sin fin. Flota burdamente, pero manteniendo el justo nivel en el agua para convertirse en un taimado engaño.
Súbitamente una luz cae desde el cielo sobre ella: ¿Vuelan las truchas? No sé, pero las de éste lago parecen poseer alas. Clavo, pero fallo el intento. Me autodisculpo: “es un anzuelo demasiado pequeño para tanto cuerpo…” Aún así me niego a emplear otro mayor por miedo a dañarlas pero al final renace en mí el Homo ancestral y decido que sólo un número más no estaría nada mal...

Vuelvo a lanzar sobre ese preciso sitio y la misma trucha vuela sobre la imitación: ¡de nuevo fallo al clavar! ¡Esto se vuelve divertido! Repito el lance y ella, evidentemente enojada y violenta, se obstina en comerse mi "matapiojos" con visible rabia ante sus lamentables fallos (1) Pero no clavo ¡ni por asomo! No siento el menor golpe en la caña ¿Le gustará masticar el foam que conforma el cuerpo del engaño? Aun volvió a tomar varias veces más y otras tantas a fallar ¿los dos? (2) Por su mala cabeza, a la sexta subida la consigo, ¡pero qué lucha! No puede con ella la potente Sage SLT de línea 6. Cuando la tengo en mi mano la mido: dos palmos y un poco. ¡Qué comienzos!

   Sigo lanzando la rabuda imitación (la mutiló la trucha con sus repetidas mordidas) justo entre los juncos, aun con riesgo de tener molestos enganches. Al poco una nueva comilona intenta tragarse mi mastodóntica imitación. Tampoco consigo clavarla, más guiado por los sucesos anteriores, continúo lanzando sobre el pez: ¡vuelve a entrar como una saeta! Nunca había tenido tantas subidas falladas de una misma trucha; claro que era el primer día que pescaba con esta imitación: mí ego intenta inflarse. Eso no me gusta nadita porque enturbia el puro placer del Arte. Al final la pobre acabó marchándose, quizá al notar la punta del anzuelo, o al ver aquel pato tan grandote a no más de dos metros de ella.3_Matapiojo

Decido sondear los juncos contiguos. La mosca se queda colgada de uno a medio metro del agua: una nueva trucha voladora arremete contra la chupeteada imitación, y nuevo fallo también. Tantos errores no me molestan en absoluto; lo estoy pasando muy bien: ver a esos buenos peces, voladores y poderosos, obstinados en dar fin de una pobre libélula de foam, resulta apasionante. Pero hago una promesa: montaré en un sólo número de anzuelo mayor, y confeccionaré cuerpos más cortos. Los anzuelos sin muerte que estoy usando son finos de tija. Sustituyendo al 16, el número del 14 bastará para conseguir mayor frecuencia en las clavadas.

   Se suceden otras varias subidas acompañadas de los aceptados fallos, pero algunas sí consigo tenerlas en la mano para medirlas: la mayoría superan las dos cuartas. ¡Y cómo luchan las muchachas! Además las veo acercarse a la mosca claramente: como los juncos están muy densos, al pasar entre ellos los peces los mueven lo justo como para seguir su trayectoria con precisión. Esto añade más emoción a la pesca porque sus recorridos son muy lentos y prolongan el apasionante trance muchos minutos: es como comer un postre muy despacito para que dure más.

   Éste es mi lago, el lago encantado, el lago de mis sueños, lago donde los cisnes de cuello negro y los colimbos me acompañan sin temor a mi presencia. Desde aquel día en el cual lo pesqué por vez primera me tiene embrujado. La trucha mayor de mi vida la tuve aquí. Entorno los ojos y vuelvo a recordar como fue aquel episodio:

   Pescaba con la manoseada imitación roja de Wulff, y lograba no muchas, pero sí bellas damas. Situado frente a un paredón basáltico del fondo del lago, me deleitaban las posadas conseguidas al lanzar con suavidad extrema. Cuando volví a centrar mi atención sobre las aguas me sobresalté: rozando materialmente la pared de piedra, vi una aleta tan grande como una mano que, muy lentamente, se acercaba a la perpendicular de mi postura. Tomaba pausadamente, asomando un poquito fuera del agua la punta de la boca: eran cebas de beso. Me estremecí: aquello debía ser un trasatlántico a juzgar por lo que dejaba a la vista. No necesité pensarlo dos veces: lancé la mosca contra la misma pared para asegurar no producir ninguna vibración en la posada, aun con el evidente riesgo de enganchar en alguna hierba que ese basalto posee. Una vez caída al agua la abandoné allí la cual, ignorante, flotaba feliz sin saber lo que se le acercaba.

La aleta se movía con desesperante lentitud, pero era seguro que se toparía con la Red Wulff al no separarse ni un centímetro de la roca: estaba comiendo los insectos que accidentalmente caían al agua. El monstruo progresaba: dos metros; uno; escasos centímetros... Sin vacilar ni recelar nada, engulló ruidosamente mi engaño. Cuando la clavé, aquel animalito se lanzó a las profundidades como una flecha, imparable ni por lo más remoto. Aunque me apresuré a darle línea con la mano izquierda, la punta de mi caña ya estaba dentro del agua ¡y mi mano si me descuido! por causa de la velocidad que había generado en su descenso a las profundidades. Para complicar más las cosas, en aquella época usaba una ligera cañita de bambú de línea cinco, frágil como una mariposa: nada podía hacer con ella para intentar detener aquella furia plateada.

Cuando debió alcanzar el fondo del lago se relajó la tensión del aparejo como resulta lógico y pensé que ya la había vencido, que sólo era cuestión de tiempo. ¡Grave error! Efectivamente: al desplazarse horizontalmente por el fondo la trucha no ofrecía gran resistencia, pero en esos momentos de escasa fuerza, inexplicablemente, la línea perdió toda tensión y la caña se relajó: acababa de perder el pez tantos años soñado. ¡El pez de mi vida…!

   Mordiéndome lo labios por el penoso desengaño, recogía la línea para comprobar si había roto o si sólo se había soltado, instantes en los que vislumbré una mancha plateada que ascendía desde el fondo, justo al lado de mi flotador. Por instantes, aquella sombra luminosa ondulante e imprecisa se hacía más y más grande precisando, segundo tras segundo, su contorno de enorme pez. Finalmente, a no más de dos metros de mi lado, aquel hermoso ser saltó y sacó todo su cuerpo fuera del agua. Con lentitud desesperante, a cámara ultra lenta, quedó inmóvil en el aire unos instantes apoyado en el agua sólo por su cola: posiblemente tenía más de un metro de larga. Y también vi, colgando de sus labios, mi Red Wulff y toda la cola de rata de seda verde. Cuando cayó de costado sobre el lago su gran mole salpicó de agua mi rostro: fue como un castigo ante mi fatuidad de pescador, pescador indigno de haber osado acariciar semejante quimera. Sí, me encontraba desconsolado, pero hoy su recuerdo es gratificante y nunca me dejará mientras viva. ¿No es suficiente?

Pienso que la explicación a esa rotura fue el roce con alguna lasca de basalto del fondo que, como un cuchillo, cortó mi robusto aparejo por la parte más gruesa, es decir, entre la unión de la cola de rata con la línea.

   En4Cisne_de_cuello_negro_en_laguna_Espejo_2 esos instantes en que finalizaba el recuerdo de aquella alucinante escena del pasado, un brutal golpe me despertó de la ensoñación que revivía mi mente: la libélula había cogido, ella solita, una trucha. Me molestó esa distracción mía porque perder una subida es para mi mucho peor que no pescar: por eso resultó un consuelo el que se soltase tras una breve lucha. "¡Era pequeña!" me dije con el habitual comentario de tonto pescador.

Siento frío; mido la temperatura del agua: 6,5º C. Además me urge salir para... ¡Esta próstata…!    Bueno; por hoy ya es más que bastante. Navego remolonamente hacia la oportuna salida; el sol se está ocultando tras la más cercana montaña que excluye la vista del último horizonte. Ninguna trucha más se ceba ya en seca; se acabó el día para mí, pero no se acabarán mis sueños mientras pueda navegar por mi lago encantado. Es la razón de mi existencia, no el pescar, pero sí el ser “aquí y ahora.”, la triste impermanencia de todo.


   Una pareja de mágicos colimbos me observan intrigados y deciden acompañarme en mi travesía final. Quisiera hacerles unas fotos. No se asustan, pero van realizando esporádicas y muy prolongadas inmersiones. Al fin los pierdo de vista. Después todo queda en silencio, detenido el tiempo, mas no la existencia.

No hace falta que me proponga volver porque nunca marcho de aqui: sólo sueño que vivo en este rincón deseado, que soy parte del agua, de las porfiadas truchas, de los fieles colimbos, del Todo.


(1) Matapiojos llaman en Chile a las libélulas, en general Odonatos.

(2) He sabido después por propia experiencia, que con ciertos moscos debemos retrasar la clavada unos segundos. Creo que la trucha coge primero la mosca y acto seguido vuelve a morderla tras una breve suelta y la engulle definitivamente. Es parecido a lo que hacen algunos perros de caza con las presas para asegurarlas.

Luis Antúnez Valerio

Comentarios: 1
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Comentarios: 1

Francisco Javier González García |
Re: Estas son mis moscas y este es mi lago, el lago encantado...
Precioso. Muchas gracias.
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